Sondra Radvanovsky y Piotr Beczała en Barcelona

Sondra Radvanovsky y Piotr Beczała bailaron durante el dueto de Die lustige Witwe de Franz Lehár en el Teatre Liceu © Antoni Bofill

Julio 13, 2023. Así como en 2020 iniciaron la tímida recuperación de la temporada más o menos posterior a la pandemia, pero con teatro a medio aforo y cantantes y pianista alejados, ahora los mismos favoritos del público del Gran Teatre del Liceu, Sondra Radvanovsky y Piotr Beczała dieron un concierto acompañados al piano en esta ocasión por Sarah Tysman.

Si no estaban agotadas las entradas, faltaba poco y el éxito fue apoteósico. Parece que a la mayor parte del público no le importa (si es que lo recuerda) que los programas se parezcan cada vez más los unos a los otros. Puede ser entendible que los cantantes quieran recordar momentos logrados en el teatro, pero lo único nuevo que le escuché a Beczała fueron los duetos de Tosca (del primer acto) y Aida (la escena final), el aria del príncipe de Rusalka y luego el dueto final de la ópera de Antonin Dvorák. 

A Radvanovsky solo este dueto fue nuevo. Ya les he escuchado en recitales (incluso aquí mismo, en el Liceu) o representaciones las arias de las dos primeras óperas (y a ella los duetos) y en los bises tuvimos asimismo el aria de Maddalena de Andrea Chénier, el archifamoso ‘Dein ist mein ganzes Herz’ (‘Tuyo es mi corazón’) de Das Land des Lächelns (El país de las sonrisas) de Franz Lehár y, para finalizar, el mismo dueto final de Die lustige Witwe, que esta vez pudieron bailar abrazados y que Radvanovsky sigue sin saberse. Tysman lo hizo bien, más en la segunda parte que en la primera (Puccini). 

Beczała estuvo pletórico tanto en lo conocido (arias de Cavaradossi y Radamès —que esta vez terminó en un perfecto filado— y la opereta) como, y sobre todo, en los fragmentos de Rusalka. Por cuanto respecta a Radvanovsky, me voy a repetir: “La famosa soprano canadiense proseguía (el orden de los factores no altera el producto) con ‘La mamma morta’, ‘Sola, perduta abbandonata’ y ‘Vissi d’arte’). Lució un instrumento de dimensiones enormes, no muy bello, algo metálico, con bellas medias voces (aunque aquí y allá hubo trazas de ese vibratello que la ha caracterizado siempre), un registro grave no siempre robusto, y un italiano mejor en las páginas verdianas que en las del verismo. Su comunicatividad y expresividad resultan típicas de varios artistas norteamericanos, absolutamente exteriores (por primera vez veo a Rusalka guardar fijamente el agua en un concierto, y terminar su aria de un modo casi agresivo, como agresiva fue la primera parte del dúo final de la ópera homónima)”. 

Aplaudida con delirio, tuvo siempre un nivel alto (quizás algo menos en el aria de Manon Lescaut, donde habría sido preferible que evitara tanto sollozo final que no bastaba para expresar una desesperación algo ausente en el resto del aria, en la que precisamente algunos de los graves no sonaron con suficiente proyección, y la dicción fue poco clara.

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