Turandot en Verona

Escena panorámica de Turandot de Giacomo Puccini en la Arena de Verona © Ennevi Foto

Junio 8, 2024. Creado en el 2010 y adornado con el vestuario de la ganadora del Óscar, Emi Wada, el escenario areniano de Turandot diseñado por Franco Zeffirelli se confirma como uno de esos ejemplos de «usado seguro» que siguen teniendo fortuna en el anfiteatro veronés. Quien nunca ha asistido a una reposición quieren (con razón) remediarlo, y quienes ya conocen el espectáculo siempre la vuelven a ver con gusto. 

Se puede discutir todo lo que se quiera sobre el “horror vacui” zeffirelliano (entre hordas de comparsas y una avalancha de detalles preciosos) y la creación de una China que no es históricamente confiable, aunque de hecho el modo de hacer teatro cambió, pero en el momento de la inauguración del palacio imperial (escena clave del segundo acto) también el espíritu más polémico se ve obligado a permanecer en silencio por un momento y reconocer que se encuentra frente a algo fantástico. 

Fantástico en el sentido literal del término; es decir, capaz de trascender la realidad como fruto de una imaginación desligada de las limitaciones de nuestro mundo. Tras la apertura mediática de la noche anterior, le tocó a Turandot inaugurar el 101º Festival de la Arena de Verona de la forma más clásica. El joven Michele Spotti (nacido en 1993 y director musical de la Ópera y de la Orquesta Filarmónica de Marsella) debutó en el podio de la Arena, superando brillantemente su primera concertación en un espacio tan vasto, manteniendo firmemente las filas vocales e instrumentales y mereciendo un largo aplauso no solo del público, sino de los propios músicos. 

Ayudado por el excelente trabajo preparatorio realizado en el Coro por Roberto Gabbiani, Spotti supo bordar los brillos y los colores (aún más oscuros) de la inconclusa partitura, realzando su fuerza apasionada y su dimensión iniciática-fabulesca. En el papel de la Princesa de hielo encontramos a Ekaterina Semenchuk quien, a pocos meses desde su debut como Turandot en el Liceu de Barcelona, remarcó cómo el papel también se puede encomendar a una mezzosoprano con adecuadas dotes vocales y dramáticas. Su caracterización del personaje jugó en la dimensión del encanto, que primero la convierte en una especie de “gracia cruel” y que luego se rompe con el beso de Calaf, revelando así su naturaleza más frágil y vulnerable. 

Yusif Eyvazov (Calaf), rodeado por Ping, Pang y Pong © Ennevi Foto

Hasta hoy uno de los favoritos del público de la Arena, Yusif Eyvazov ofreció su ardiente Calaf, logrando demostrar (una vez más) cómo la preparación musical, el dominio escénico y la inteligencia interpretativa pueden superar un timbre que ciertamente no fue favorecido por la madre naturaleza. 

Sin embargo, el corazón estuvo con Mariangela Sicilia y su maravillosa Liù, aparentemente dolorosa pero ferozmente combativa, capaz de producir a la vez hilos de dulzura etérea y arrebatos trágicos con un fuerte impacto emocional. La ovación tras su conmovedor sacrificio fue más que merecida. La muerte de la “piccola Liù” permitió también a Riccardo Fassi despedirse de su Timur con una última y desgarradora escena, completando así una interpretación noblemente sólida. 

Las tres máscaras estuvieron bien seleccionadas, vocalmente efectivas y atentamente cómplices, y entre el Ping de Youngjun Park y el Pong de Matteo Macchioni surgió el Pang de Riccardo Rados, un artista en continuo crecimiento al que se le deberían ofrecer algunas oportunidades más. 

Llamado a última hora para sustituir al emperador Altoum (en lugar del anunciado Piero Giuliacci), Carlo Bosi se confirmó como el “Salvatore della patria” por quien los teatros se arriesgan porque dan por descontado que va a cumplir. El reparto lo completaron con profesionalidad Hao Tian (Mandarín), Eder Vincenzi (Príncipe de Persia), Grazia Montanari y Mirca Molinari (las doncellas de Turandot). También es digno de elogio el coro de niños A.d’A.Mus, bien dirigido por Elisabetta Zucca. 

La Arena, nuevamente llena con un público vitoreando y ovacionando a todos, incluso con flores lanzadas para el maestro Spotti.

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