Werther, el musical en México
«¡Óyeme Damien, hago esto por ti!»
The Omen
Richard Donner
Mayo 11, 2024. Las penas del joven Werther (1774), novela epistolar de Johann Wolfgang von Goethe, marcó el inicio del movimiento romántico y se convirtió desde entonces en el emblema del amor no correspondido. Su efecto, sentimental y apasionado, marcó modas primero europeas y después en otras latitudes, no solo en el look del artista adolescente, sino también en el sentir desenfrenado y en la resolución extrema del suicidio ante el rechazo y la presunta imposibilidad de continuar la vida sin la persona anhelada.
La infeliz aventura de Werther ha sido retomada en artes como la misma literatura, la plástica, la pantalla cinematográfica o la música. La ópera del francés Jules Massenet, estrenada en 1892, es quizá la más famosa adaptación a la escena lírica, pero hay otras que se dirigen a públicos distintos, contemporáneos y con gran éxito comercial.
El pasado 11 de mayo, en selectas salas de la república mexicana (y otro países latinoamericanos), la cadena Cinépolis proyectó algunas funciones de Werther, el musical del compositor sudcoreano Minsun Jung, con libreto en coreano de Seonwoong Go, y es protagonizado por el idol (superestrella coreana) Kyuhyun, reconocido integrante del grupo Super Junior.
Se trató del estreno de una cuidada filmación en formato de cine, distribuida por Art Seen Films y dirigida por Kwanghwa Cho, registrada en vivo con público en 2021 en la Kwanglim Arts Center BBCH Hall de Seúl. La dirección musical y codirección del montaje corresponde a Soyoung Koo, con arreglos musicales de Jiwon Lee, coreografía de Jihyun Noh, escenografía de Seungho Jung, vestuario de Jungim Han e iluminación de Taejin Jung.
El Werther de Kyu es acompañado en el elenco por la Lotte de Jihye Lee, el Albert de Sanghyun Lee, la Kathy de Sooha, la Orka de Hyunsook Kim y el Keins de Joonhyuk Lim. La calidad de esta producción, que en principio podría sonar de atractivo raro o exótico, no solo fue destacada, sino entrañable por la equilibrada mezcla de sus elementos.
El conocimiento y la asimilación de la cultura sudcoreana es desde hace algunos años una realidad global, por demás remarcada en países americanos, donde el consumo del k-pop, los k-dramas, el cine coreano, los k-animes o el trabajo audiovisual de las seiyūs es cada vez más habitual, entusiasta e incluso de culto.
Las girl y boy bands de aquel país asiático son tan ubicables por un cada vez más amplio sector de público mexicano, como numerosas series, telenovelas o el trabajo del ganador del Oscar, Bong Joon-ho. En materia operística, los ejemplos de intérpretes originarios de Corea del Sur resaltan en los escenarios internacionales (en concursos y talleres) por las cualidades intrínsecas de sus instrumentos, pero también por una técnica depurada y una idea de canto estilístico e impetuoso, lo que habla de una gran escuela que se ha desarrollado.
Todos esos elementos pudieron distinguirse en Werther el musical, a través de una aproximación respetuosa pero refrescante al original de Goethe. La trama (que se basa en la novela y no en la ópera de Massenet, que para mucha gente es la referencia básica) plasma con transparencia y lucidez la configuración emocional y psicológica de cada personaje, al punto de generar empatía y aprecio por ellos, sin tomar partido o despertar prejuicios.
Las escenas fluyen junto con una escenografía de encantadora sencillez, que se transforma de manera continua con naturalidad en áreas al aire libre, en interiores que delinean el entorno sociocultural o en espacios emocionales que colorean el voltaje sentimental que experimentan los personajes.
La iluminación, delicada y poética tanto como la utilería (alguna marioneta, una lujosa edición de Homero, girasoles, garrafas de soju indispensable en la zona para ahogar las penas del desamor), funciona para sumergir al espectador en esta historia desarrollada en el poblado ficticio de Wahlheim, que Goethe ideó basado en Garbenheim. La sensación de familiaridad se despierta al instante.
El vestuario y la calidad de sus telas, confeccionado en tonos blancos, grises y beiges —paleta en la que de pronto irrumpen ciertas prendas de fuertes tonalidades, como el ropaje de autoridad municipal de Albert— es registrado con detalle por las cámaras e igual que los tocados y el maquillaje luce en los close-ups que contempla la dirección de Kwanghwa Cho, quien además de ofrecer panorámicas postales de la historia y el conjunto escénico, no permite que el público se pierda los pormenores de la producción.
Las voces solistas, igual que los ensambles de voz, si bien conectan con el mundo pop (¿puede ser distinto con Kyu como principal atrayente del elenco), muestran una solvencia técnica en la emisión que también sintoniza con el canto clásico. Muy operístico, de hecho. Kyuhyun, Sanghyun Lee y Joonhyuk Lim se mueven en rangos de baritenor, sin notas extremas, pero con espacio suficiente para el lucimiento y la variada expresividad central; el primero, del ensueño y el entusiasmo a la tristeza y una oscura depresión sin filtro, con escalas descendentes cromáticas; el segundo, de la madurez comprensiva a la integridad moral, donde se puede ejercer la autoridad y el juicio sin soberbia ni rencores; y el tercero, de la ingenuidad, a la euforia y a la desgracia.
Las voces femeninas son de bello, cálido y dulce timbrado: Jihye Lee, cargada de romántico candor; Sooha, de incontinentes arrebatos juveniles (personalidad que roza el dibujo animado asiático); y Hyunsook Kim, de la mujer que ha probado y visto ya mucho de la vida, pero se mantiene empática con las andanzas de las nuevas generaciones.
Los solistas mostraron voces saludables, ideas y materializaciones de canto impregnadas de musicalidad y con una intensa carga dramática y comunicativa como prioridad. De ahí parten sus respectivos lucimientos y no de la ostentación virtuosa, la parafernalia o la frivolidad músico-escénica.
La partitura es una delicia. No es innovadora, faraónica, ni filosofa sobre las propuestas del futuro musical. La orquesta es en realidad un funcional ensamble con dotación apenas de dos violines, viola, chelo, contrabajo y la dirección desde el piano.
La música acompaña a los personajes, sus acciones y sentimientos. Conecta en todo momento con el público, y sin prescindir de partes habladas, conjuga escenas dramáticas, tiernas, de humor incluso, hilvanadas con frondosidad emocional en las cuerdas y dibujo de carácter en el piano. Hay canciones, danzas (alguna de aires barrocos), tango, reminiscencias eslavas, soliloquios, duetos, tercetos y ensambles plenos de lirismo, música que sobre todo cuando recurre a los leitmotiven se vuelve pegajosa en el oído del público como en ‘Nosotros somos’, ‘Una noche son mil años’, ‘Como si me cayera un rayo’ o ‘Mientras no sea inmoderado’.
Los degustadores de la cultura sudcoreana respondieron al llamado y sin duda también el asistente a los complejos cinematográficos, que se enteró de algún modo de estas funciones que no contaron con tanta publicidad, pero de las que salieron conmovidos por la historia trágica del protagonista y la preciosista forma en que fue contada.
En algunas salas de México (Argentina y Chile), los ELF (Ever Lasting Friends, chicas y chicos fanáticos de Super Junior) sorprendieron con freebies (regalos hechos de forma casera) a los demás asistentes. Pulseras, pósters y fotografías de Kyu, separadores de libros, flores de papel, llaveros de macramé, muñecos de estambre y otras manualidades fueron los principales obsequios.
La experiencia de llegar a audiencias amplias del teatro musical y lírico con producciones como esta es parte de la globalidad cultural. Pop, si se desea etiquetar. Lo cierto es que Werther, el musical también se vivió de forma simultánea e internacional, de la mano de diversas cadenas y servicios, en los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Australia, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela; y tendrá lugar (igual vía Cinépolis) el próximo 25 de mayo en Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Panamá y Perú.