Carmen en Austin

Escena de Carmen de Georges Bizet en Austin, con Samuel Levine y Cecelia Herrera © Erich Schlegel

Mayo 5, 2024. Aunque representa diversos retos —en la parte vocal, por la conformación de un extenso elenco con buenos solistas principales y en especial con una mezzosoprano que convenza en el papel principal; un reto musical para la orquesta y el coro; un reto escénico por mostrar sobre el escenario una ambientación y una narración coherente que se apegue a la historia de la protagonista, una mujer libre y seductora, evitando caer en los clichés tan vistos y conocidos asociados a este título, que tan fácilmente pueden desvirtuar una producción; y especialmente un reto económico y financiero para los teatros que programan Carmen de Georges Bizet— esta seguirá siendo siempre una de las óperas más queridas por el público y sin dudas un imán de taquilla. 

Lo anterior quedo de manifiesto con el último título de la temporada de la Ópera de Austin. El teatro The Long Center de Austin —¡a cuántas ciudades les gustaría tener un teatro como éste!— lució a rebosar de público como pocas veces, y de todas las edades. Esta Carmen, que consistió en apenas tres funciones, superó todo récord de ventas de entradas para la compañía de Austin. Me pregunto si la satisfacción y el éxito artístico y musical superará ampliamente y compensará el esfuerzo económico que hacen los teatros cuando se enfrentan a estos títulos, pues considero que poder ver una ópera como Carmen en los tiempos que corren debe considerarse un privilegio, además de un reconocimiento para los teatros que no le huyen a su razón de existir. 

Alejada de los reflectores que tienen los grandes teatros de este país y de los nombres de cantantes reconocidos —sin ir muy lejos, de las compañías de ópera vecinas y cercanas a Austin, como las de Houston y Dallas— esta Carmen, conformada por valiosos y experimentados cantantes estadounidenses tuvo en la mezzosoprano Cecelia Hall a una creíble y seductora intérprete del papel estelar, que supo añadirle el toque de seducción y tentación que requiere el personaje, y vocalmente satisfizo en sus más conocidas arias, con una tonalidad vocal oscura, sombría pero bien enfocada. 

El tenor Samuel Levine fue un correcto Don José que mostró buenos medios vocales, aunque a mi parecer en lo actoral no logró meterse completamente dentro de la piel del personaje, luciendo algo superfluo y desconectado por momentos de la escena. El bajo-barítono Seth Carico hizo un Escamillo vocalmente adecuado con su robusta expresividad vocal, aunque no estuvo exento de cierta sobreactuación y sutilezas con las que se desplazaría un torero. 

Agradó mucho, a decir por la evidente reacción del público, la soprano Raquel González por su canto diamantino, firme y cautivador en las arias de Micaëla, y por la recreación que hizo de una joven ingenua, cándida pero sincera. Muy bien estuvieron el resto de los personajes que conformaron el elenco. 

El montaje llevado a cabo por la directora Rebecca Herman se mantuvo dentro de los parámetros que indica el libreto y se apegó a la historia. Pero nunca falta el director que quiere dejar su sello, con ciertos movimientos que parecían por momentos recrear un musical: personajes que se quedaban literalmente congelados en escena mientras la protagonista se desplazaba a sus anchas por el escenario, o cigarreras que descendían unas escaleras fumando hacia los intérpretes masculinos que las esperaban en el centro del escenario, o la escena final del asesinato que lució más gráfico de lo esperado… redondearon un trabajo actoral satisfactorio. De igual manera, los vestuarios de Susan Memmot Allred, las creaciones escenográficas de R. Keith Brumbley, iluminadas con colores intensos (de Marcella Barbeau) y reforzando la tensión y el sentido del drama, cumplieron su cometido.  

El coro estuvo bien cada vez que fue requerido, y la concertación de Timothy Myers, que tuvo altibajos, subiendo con fuerza e intensidad o con suavidad armónica en ciertos pasajes, fue adecuada, con algunas ligeras pifias en las entradas de los cantantes y alguno que otro desfase, que son situaciones que ocurren inexorablemente en una función en vivo, y no restan ningún mérito a la función. Mención aparte para los músicos de la orquesta por su arduo trabajo, como parte indispensable del espectáculo.

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