La flauta mágica de Mozart… y Sigl
Die Zauberflöte de Wolfgang Amadeus Mozart es una de las cinco óperas más representadas en los últimos años. Si bien fue estrenada en 1791, en el Theater auf der Wieden, apenas un par de meses antes de la muerte de su compositor, se trata de una obra vigente, que el público ubica como una de las cimas del Singspiel y que desde luego no puede faltar —no falta— en las carteleras líricas de todo el mundo.
La música de esta ópera no solo es representativa de la creativa y diestra mano de Mozart, que con solo 35 años de edad se convirtió en uno de los más geniales compositores de la historia del género, sino que diversos pasajes de la obra son exquisitos y populares a la vez, por lo que no es raro escucharlos por separado en conciertos, galas, concursos de canto, comerciales e, incluso, dibujos animados.
No es extraño que desde su estreno hayan sido numerosas las producciones que tratan de explorar la riqueza músico-vocal de Die Zauberflöte con lecturas particulares e intérpretes y directores de gran envergadura y especialización que se han presentado en los teatros y, en el mejor de los casos, también se documentaron en grabaciones de audio y video.
También, a través de las puestas en escena (o en la pantalla, si se piensa en Ingmar Bergman, Kenneth Branagh o Kevin Sullivan), el significado de su libreto, sus personajes y las acciones han encontrado miradas múltiples que van desde presumibles ritos y enigmas de la masonería, hasta la fábula comedida, infantil y familiar que puede contarse como un cuento para dormir o, mejor aún, soñar.
Es posible, de hecho, encontrar múltiples adaptaciones de esta ópera que muestran como un caleidoscopio el brillo y las entrañas iniciáticas de Die Zauberflöte. Entre este último apartado, el que lleva la ópera de Mozart con libreto de Emanuel Schikaneder a otros géneros y terrenos como la pintura, la literatura o el cine, se encuentra La flauta mágica de Mozart (The Magic Flute), del director alemán primerizo Florian Sigl (producción del reconocido director y guionista teutón Roland Emmerich), que se estrenó con discreción en algunas salas germanas a finales de 2022 y en el primer semestre de 2023 en otras partes del mundo. Ahora también es posible, y ese es el germen de esta reseña, verla en servicios de streaming o comprarla en formato digital, dvd o bluray.
La flauta mágica de Mozart no es la ópera de la que lleva el título. Es una película que se aproxima a ella con elementos reconocibles de la cultura pop, sin perder su esencia clásica y, menos aún, sus principales significados.
El filme, que podría clasificarse como musical, pero también como uno de fantasía y aventuras, cuenta con guion de Andrew Lowery, Jason Young, Christopher Zwickler y el propio Sigl, y nos presenta a Tim Walker (Jack Wolfe), un adolescente británico que recibe de su moribundo padre una partitura ilustrada de Die Zauberflöte y el impulso para que se traslade a la Academia Mozart All Boys, no solo para devolver el tomo a la biblioteca (el papá, que estudió en ese instituto, lo sustrajo), sino para seguir su sueño de convertirse en un cantante mozartiano.
Tim, ya huérfano, deja Londres y se marcha en tren hacia los Alpes austríacos, con más incertidumbre que certezas, pero con la creciente ilusión de formarse en esa escuela de legendaria estirpe mozartiana. Durante el breve pero no insignificante viaje conocerá a Sophie (Niamh McCormack), quien habrá de acompañarlo en una inigualable aventura musical y romántica.
En lo que sin duda es un abordaje al estilo Harry Potter —con uniformes, colores y roles que así lo refuerzan—, Tim deberá enfrentar las estresantes exigencias de la Mozart All Boys (severos maestros de estilo, competencia, envidias, compañeros hijos de vacas sagradas mozartianas egresadas de la academia y a la vez practicantes de bullying), pero más aún: deberá adentrarse en las entrañas de Die Zauberflöte, que será el título a preparar en la escuela para presentarla como proyecto final del curso.
Tim audiciona para el rol de Tamino sin mucha suerte (su voz es bella y con cualidades, pero él y su horizonte pop apenas si salen de ‘Con te partirò’, la canción que hizo famosa Andrea Bocelli, pieza que interpreta frente al claustro y el alumnado), pero precisamente ese deseo incumplido lo obsesionará al punto de adentrarse en el mundo fantástico de Die Zauberflöte.
Penetrar a un universo de magia y fantasía es, literal, justamente, eso. Al estilo y lógica de historias como Alice in Wonderland, Last Night in Soho o Coraline, el personaje protagonista vive también una realidad paralela, en este caso una en el mítico Egipto de la obra original, donde él deberá convencerse de que es el Príncipe Tamino y no solo habrá de librarse de la serpiente gigante y resolver enigmas, sino rescatar a la princesa Pamina (Asha Banks), hija de la Reina de la noche (Sabine Devieilhe), con ayuda, eso sí, del pajarero real Papageno, protagonizado por Iwan Rheon, célebre por su actuación del bastardo Ramsay Snow (Bolton), en la popular serie de HBO Game of Thrones.
La forma para ingresar y regresar de aquel mundo de fantasía es justo el volumen de Die Zauberflöte que su padre le diera a Tim, que funciona como una suerte de llave de portal, así como una combinación horaria de un reloj de pie colocado sobre junto a uno de los estantes de la biblioteca de la Mozart All Boys.
Esos ires y venires que despliegan por igual los andares académicos, el proceso de enamoramiento del protagonista, así como su particular modo de estelarizar la ópera que será llevada a escena en la escuela, ocurren con dinamismo, atractivos efectos especiales y una serie de recursos cinematográficos que, en principio, no pueden lograrse en un teatro operístico.
Si bien es cierto que la película es hablada y cantada en inglés y no en el original alemán —que de hecho eleva a la cúspide el Singspiel de Mozart y Schikaneder—; que las voces y la música con toda intención suenan a musical; que hay corrección política y racial, por ejemplo en la caracterización de Sarastro (Morris Robinson) y Monostatos (Stefan Konarske); que de toda la ópera el espectador solo va conociendo fragmentos, eso sí, con el acompañamiento orquestal de la Mozarteum Orchester Salzburg, bajo la batuta de Leslie Suganandarajah, la propuesta de Sigl es digna, respetuosa y, por si fuera poco, divertida y sentimental.
Además, cuenta con varios puntos que dan seriedad a la película o que, al menos, todo mozartiano ortodoxo debe considerar. Entre ellos la participación en el elenco de F. Murray Abraham en el papel del director de la academia (el Dr. Longbow), luego de su emblemática actuación como Antonio Salieri en la aclamada cinta de 1986 Amadeus, dirigida por el checo-estadounidense Milos Forman, y que le valiera el Óscar y el Globo de Oro en ese entonces.
O, cereza del pastel, la de Rolando Villazón, actual director artístico del Mozarteum de Salzburgo y de la Mozartwoche, como el egregio Enrico Milanesi, egresado distinguido de la Mozart All Boys y padre de Anton Milanesi (Amir Wilson), quien cada vez menos quiere ponerse el ropaje de Tamino y, más bien, siente el llamado para ser baterista, lo que quizás abra alguna posibilidad para Tim.
La flauta mágica de Mozart es la primera incursión cinematográfica de Florian Sigl. Es un gran debut, que cumple el cometido de acercar una obra maestra de la ópera a las nuevas generaciones, sin olvidarse de nutrir al público clásico especialista de Mozart, que podrá también disfrutar de esta refrescante aproximación, si logra sintonizar con la frecuencia de lo que es (no de lo que no es, ni pretende ser): una academia Hogwartz sin magos, pero con magia mozartiana.
La flauta mágica (2002), trailer latino