Virginia Zeani, In Memoriam
Ella, Virginia Zeani, me abrió el mundo de la lírica que yo solo había contemplado en los libros de historia de la ópera. Ella, “la assoluta” antes de que así se le conociera, fue discípula de Aureliano Pertile en Milán y perfeccionó su repertorio con el pianista Luigi Ricci, colaborador directo de Giacomo Puccini durante ocho años y también de Pietro Mascagni y hasta de Giuseppe Verdi.
La maestra Zeani fue una mujer amorosa, maternal y dominante, con una fuerza interior inmensa. Con los otros estudiantes solíamos llamar a su hogar “el Hotel Musical Zeani”. Ella cambió mi vida. Su primera lección fue: la edad de un cantante de ópera es lo que menos importa, lo que se necesita es aprender a cantar bien, a cantar sanamente, a aprender a hablar cantando para transmitir lo que el autor quería decirnos.
La maestra Zeani compartió sus conocimientos con gran paciencia: me invitó a vivir en su casa para que realmente pudiera yo tener la disciplina vocal necesaria y aprender en el día a día cómo manejar mi voz en diferentes circunstancias. Recuerdo que ella me escuchaba levantarme y desde ese momento empezaba a darme indicaciones para vocalizar suavemente, para ir despertando la voz. A medio día vocalizábamos y por las tardes me tocaba trabajar con algún pianista.
Su bronquitis crónica le ayudó a crear una técnica sólida que le permitió abarcar un amplísimo repertorio, a cantar más de 600 funciones de La traviata. Cuando estudié el personaje de Violetta Valéry con ella, la recuerdo en su diván, actuando el rol totalmente rejuvenecida, llena de vida. ¡Su cuerpo era el de Violetta mientras mi voz la cantaba! Era como un sueño. Me bastaba verla para entender el personaje, la línea de canto, las respiraciones. Mientras yo simplemente estudiaba, si algo no le parecía correcto, en automático pero con gran exigencia y amorosamente me corregía, cerraba los ojos, seguíamos y todo cambiaba. No había forma de no hacerlo bien: era clara con los términos y con el ejemplo, porque además, sin preparación previa, abría la boca para darme ejemplos y su voz era perfecta. A sus 88 años daba unos sobreagudos impresionantes, ya fuera sentada o acostada.
Cuando trabajamos repertorio de Puccini, como Tosca y Madama Butterfly, el enfoque estaba más en las palabras, en el cómo decir para tener un sonido sano y envolvente que cautivara. En las arias de bel canto, como las de Anna Bolena, trabajábamos en el aire, la línea y sobre todo en mi voz central, para no caer en lo que muchos llaman voz pecho, que para ella era una tontería y algo peligroso para un cantante, cuestión que aprendió con Pertile y también gracias a su bronquitis, porque cualquier intento de hacer de más le pudo haber causado un desastre.
Me quedo con su herencia musical, con el amor que daba al enseñar y con su frase célebre: “Canta che ti passa” (Canta y todo pasará) porque justamente eso es lo que ha hecho siempre el canto conmigo: si canto y algo anda mal, todo se arregla.
Virginia Zeani nació en Solovâstru, Rumania, el 21 de octubre de 1925, y murió en West Palm Beach, Florida, 20 de marzo de 2023.