Estefanía Quezada: “El cantante tiene posibilidad de cantar su cultura”
Estefanía Quezada es una joven soprano de 29 años, nacida en la Ciudad de México, que ama el arte. En particular, la ópera y la música de cámara, pero su gusto por la literatura, la pintura o el cine también la definen. Es una chica de plática culta, buen humor y largo aliento. Pertenece a la nueva generación de cantantes mexicanas que irrumpen en el medio lírico con la fuerza de su bella voz y generoso talento.
En conversación para los lectores de Pro Ópera, Estefanía relata visos de su novel trayectoria, entremezclados con introspecciones personales y perspectivas para el desarrollo de una carrera en el canto. “He realizado varios programas de música de cámara que he tenido el honor de presentar en nuestro tan querido Palacio de Bellas Artes, y pertenecí a la séptima y octava generaciones del Estudio de la Ópera de Bellas Artes (EOBA). Creo que el cantante tiene la posibilidad de cantar su cultura. Por ello, mucho tiempo soñé con la posibilidad de ser una artista absoluta, como los del Renacimiento. Pero hoy en día eso es muy complejo. Sé que los artistas somos herederos y discípulos de la belleza y la verdad que ella posee. Esa es la mística que encontré con mayor claridad y resonancia en el canto, aunque desde niña siempre fui una artista multidisciplinaria entre la pintura, la danza, la escritura y la actuación.”
La joven soprano asegura que las experiencias intensas, profundas y apasionadas siempre la han conmovido, “aunque en ningún otro arte he encontrado esto de forma tan pura como en la ópera: un arte total que se compone de otras expresiones artísticas”.
¿Cómo es que de tus estudios de violonchelo, con los que comenzó tu formación musical, pasaste a los de canto? ¿Qué puedes contarme sobre tu proceso de descubrimiento vocal y del trabajo que realizaste en la Escuela Superior de Música?
He sido afortunada al tener una mamá con un hambre por aprender y transmitirla, pues yo fui la más honrada con esa virtud, ya que tuve el privilegio de ser una niña que creció en conciertos y funciones de ópera. Aún recuerdo la primera ópera que vi en vivo; también tengo marcado en mi memoria y corazón la vez que en televisión vi el concierto de Herbert von Karajan con Jessye Norman: fue algo que me impresionó mucho a los 8 años; y cuando a los 9 años vi la biografía de Maria Callas, descubrí que yo quería vivir el canto de esa forma y también descubrí lo que era necesario para lograrlo. Por eso, el violonchelo en realidad nunca fue un fin, sino un medio. Comencé a estudiar música, pero como no tenía la edad requerida, elegí el que para mí era el instrumento más bello.
Después, cuando tuve que elegir una carrera, inicié mis estudios de especialización en el arte, porque todos debemos estudiar una carrera “normal” en esta sociedad. Pero después decidí que también era el momento de iniciarme en mis estudios de canto, que lamentablemente inicié ya grande: a los 20 años. Pero la vida siempre me ha llevado por los mejores caminos, y estoy agradecida con ella porque en mi alma mater tuve la dicha de formar parte de la cátedra del maestro Héctor Sosa, un ser humano que admiro en muchos sentidos, y de quien recibí mucho apoyo y complicidad, porque siempre creyó en la importancia del don que me brindaron al nacer. También debo mucho al maestro Mario Alberto Hernández, quien ha sido mi papá musical, mi cómplice, y creyó en las posibilidades de mi voz antes de que yo misma las conociera.
¿Qué puedes comentarme sobre tu proceso de formación y desarrollo en el Taller de Ópera de Sinaloa?
En realidad todo lo que puedo comentar de este taller no es por experiencia propia, pues estuve muy poco tiempo allí. El taller atravesaba un periodo de transición, ya que el maestro Alejandro Miyaki había tomado otro proyecto que es ahora el México Opera studio (MOS) de Monterrey. Yo estaba muy emocionada de poder trabajar con él y por este maravilloso taller que me brindó esa primera gran oportunidad. Pero al poco tiempo, por recomendación del maestro Andrés Sarre –a quien yo y muchos cantantes en México debemos tanto—, hice audición para el Estudio de la Ópera de Bellas Artes y fui seleccionada. Por ello tuve que dejar prematuramente el TOS y regresar a la Ciudad de México.
Has tomado numerosas clases magistrales. Más allá de los nombres reconocidos con quienes las has tenido, ante la diversidad de entendimientos y perspectivas del canto, ¿qué sueles tomar de estas experiencias? ¿Cuál es la constante para no desviarte en esas múltiples miradas y enseñanzas?
Creo que las clases magistrales son algo muy complejo, pues uno debe tener muy claros sus objetivos y ser realista al tomarlas. No es posible tener cambios sustanciales en cuanto a técnica con un maestro que solo vemos una vez en un momento de nuestra vida. Por ello debemos tener claras las razones por las cuales las tomamos. Lo mejor es buscar corregir los aspectos musicales, de fonética, interpretativos, de dramaturgia, y concentrarnos en las sensaciones de cuando nos dicen que lo hacemos bien. Porque los conceptos y términos de cada maestro son subjetivos y a veces entenderlos implica una química o conocer mejor a la persona.
Por eso uno debe traspasar las palabras, y descifrar a qué se refiere desde la abstracción del lenguaje. Entre las clases magistrales más reveladoras recuerdo una que fue con el maestro Eytan Pessen, que me escuchó y preguntó qué quería trabajar; y más que ir conduciendo a través de su técnica, me dio un método, una serie de pasos a trabajar todos los días y con todo el repertorio para ir perfeccionando eso que deseaba trabajar. Eso me pareció realista y ha dado buenos resultados. Otra clase magistral fue con el maestro Abdiel Vázquez que, tras plantearle algunas de mis inquietudes, me habló sobre la responsabilidad del artista con su arte. Eso hizo mucho eco en mí, pues también mi maestra Teresa Rodríguez muchas veces me ha hablado de ello: es uno quien decide tomar lo que te comparten y cómo lo procesas, y también qué sí tomar.
También formaste parte del Estudio de la Ópera de Bellas Artes por dos años. Pero viviste la particularidad de que en ese tiempo ocurrieron las etapas más álgidas de la pandemia. ¿Puedes contarme cómo viviste esa experiencia en condiciones sanitarias y qué tanto pudiste aprovechar las circunstancias para tus objetivos líricos?
Así es. Puedo decirte que eso fue algo tan bueno, como también tuvo algunos aspectos poco favorables. Creo que en este tiempo todos tuvimos la oportunidad valiosa de que la vida nos regalara tiempo, y yo lo aproveché como laboratorio para mi proceso artístico, pero con la enorme fortuna de tener como guías a los maestros del estudio; y esto fue una gran oportunidad, porque fueron tiempos difíciles en donde no todo mundo tuvo acceso a algo así.
Aunque también hubo sacrificios. Todos los artistas sacrificamos dos años de nuestras vidas sin poder aplicar a convocatorias, y que en mi caso, como mujer, son más marcados los rangos de edad. Propiamente en el estudio no tuvimos las oportunidades de las que casi todas las generaciones han gozado, porque el estudio funge como una especie de agencia para conciertos, óperas y diversos proyectos artísticos. Fuimos casi “la generación fantasma”.
Pero eso convierte a lo que hicimos en algo más significativo, porque nos mantuvimos estoicos y aprendimos mucho sobre teoría, historia de la ópera o técnica Alexander, en línea. Además, la cultura en el país y el gobierno atravesaban tiempos turbulentos, donde no se sabía de la continuidad de muchos proyectos. Todos pusimos mucho corazón en el estudio, maestros y alumnos, y por eso pudo continuar y se vio en los dos únicos conciertos que tuvimos en la sala Manuel M. Ponce.
De la Vincerò Academy de Nueva York, de la que eres becaria actualmente y donde interpretarás el rol de Mimì de La bohème de Giacomo Puccini, ¿qué puedes contarme? Nuevamente la parte virtual desarrollada durante la pandemia permite este tipo de conexiones artísticas…
La mayor virtud del ser humano es poder adaptarse, y de este infortunio de la distancia aprendimos muchas cosas muy útiles y que habían sido desaprovechadas, como es acortar distancias. Actualmente soy becaria por parte de la Vincerò Academy de Nueva York y 360º Opera. Allí tuve la oportunidad de estudiar con grandes directores, coaches y cantantes de las principales casas de ópera del mundo. Eso te da mucha perspectiva.
Además de ese compromiso, que será tu debut en Estados Unidos, podrás cantar en el Carnegie Hall. Háblame de ello y de tus planes como joven talento a realizar en el futuro próximo.
Estoy muy emocionada por este debut, y el concierto. También planeo hacer audiciones en Nueva York durante ese viaje. Pero, como cantantes, también requerimos fuentes de trabajo o de patrocinio para poder materializar muchas de nuestras audiciones, porque en verdad es una gran hazaña para muchos de nosotros.
Además, con mucha ilusión estoy trabajando un programa exquisito de art song, para voz y piano. Tengo en puerta el Laffont Competition del Metropolitan Opera, y estoy preparándome para la etapa de concursos que se avecina, pues es la primera vez que estoy incursionando en ello, por increíble que parezca, pues siempre he sido muy exigente y no me creía en el momento adecuado. Hoy sé que ese momento en realidad es inalcanzable, pues siempre estamos en proceso de perfeccionamiento como artistas. Recientemente me contactó una agencia londinense, de la que espero surjan muy buenas cosas, aunque aún no puedo dar más información. Estoy muy agradecida con todo esto.