Don Carlo en Nueva York

Escena de la producción de David McVicar de Don Carlo en el Met © Ken Howard

Noviembre 3, 2022. Sin pena ni gloria, regresó al Metropolitan Opera Don Carlo de Giuseppe Verdi, esta vez con la novedad de presentarse en su versión italiana en cuatro actos, rompiendo así una tradición de medio siglo que incluía el acto de Fontainebleau.

A cargo del rol protagónico, Russell Thomas se movió con comodidad en la tesitura de la parte. Con una voz densa, una línea homogénea y unos agudos ágiles e incisivos, el tenor americano hizo una labor de gran dignidad vocal, ofreciendo además una actuación escénica convincente. Las mayores flaquezas de su prestación provinieron de la falta de ductilidad en su interpretación. Salvo en los dúos ‘Io vengo a domandar’ y ‘Dio, che nell’alma infondere’, donde mostró un tratamiento algo elaborado de sus frases, tuvo problemas para doblegar su dura voz y terminó cantando todo igual. No cabe duda que estamos frente a un cantante de medios vocales importantes, pero el intérprete tiene mucho camino a recorrer aún. 

A su lado, Peter Mattei delineó un idealista y leal Rodrigo de apabullante virtuosismo vocal, donde todo estuvo servido en su punto y justa medida. Fraseo inmaculado, emoción a flor de piel, acentos refinados y un canto de excepcional hechura hicieron del barítono sueco el gran triunfador de la noche. A Günter Groissböck no se le pueden negar credenciales para salir airoso como Filippo II. Sin embargo, aquí se lució poco. Hizo gala de un timbre generoso, uniformidad de color y una emisión controlada, pero careció de recursos expresivos y su monarca español resultó descafeinado y falto de ímpetu. A pesar de sus buenas intenciones, le costó mucho convencer de su sufrimiento en su gran aria donde se creyó traicionado. 

Desafiante ante el todopoderoso Filippo II, el bajo canadiense John Relyea logró con una voz de impresionante caudal, graves cavernosos y una descomunal autoridad escénica, despertar al público y hacerlo saltar de la butaca con su magnífica caracterización del Gran inquisidor. No paso nada desapercibido el joven bajo griego Alexandros Stavrakakis quien, en su debut en la casa, defendió con sólidos medios vocales la breve parte del fraile/Carlos V. 

En cuanto a las voces femeninas, Eleonora Buratto estrenó con pie firme la parte de Elisabetta de Valois, un personaje que en principio conviene perfectamente a su voz actual. Lo hizo con dispares resultados, que probablemente la frecuentación de la parte hará revertir. La belleza de su voz, su canto delicado y sus acentos aristocráticos fueron algunas de las cualidades de una prestación de gran calidad de la soprano italiana. Cierto nerviosismo inicial y tiempos apresurados desde el podio —especialmente en sus dos arias—, parecieron desconcentrarla, en detrimento de su línea y de la intencionalidad de su canto. A su favor, deben mencionarse las confrontaciones con el infante y con el rey, donde retrató con firmeza la personalidad de la infeliz reina y donde obtuvo algunos de sus momentos más logrados. 

Eleonora Buratto (Elisabetta de Valois) y Russell Thomas (Don Carlo) en el Met © Ken Howard

Acertadísima, la intrigante y explosiva Princesa de Éboli de Yulia Matochkinka, deslumbró por la riqueza de su patrimonio vocal y lo aguerrido de su canto. En un personaje complejo como pocos, la mezzosoprano rusa logró salir airosa con la misma solvencia tanto a las agilidades de la endiablada aria del velo como a la bravura de su aria final ‘O don fatale’, haciendo gala de un canto expresivo, coloraturas seguras y de un temperamento dramático pocas veces visto. 

Con un pequeño pero bonito timbre y gran desenvoltura escénica, Erika Baikoff cumplió sobradamente las exigencias de la parte del paje Tebaldo. Joshua Blue fue una voz celestial solvente. Bajo las órdenes de Donald Palumbo, el coro de la casa respondió de modo admirable y dio lección de excelencia en cada una de sus intervenciones.

A cargo de la vertiente musical, el director italiano Carlo Rizzi no tuvo una de sus mejores noches. Hizo una lectura de tiempos rápidos que puso en aprietos en más de una ocasión a los cantantes. Hubo excesos en el volumen de la orquesta que ocultó las voces y la concertación no siempre resultó precisa. Algunos ensayos más no hubiesen venido nada mal…

Para dar marco a la acción, la dirección de la casa echó mano a la tradicional, oscura y monocromática producción de David McVicar, estrenada la temporada pasada. Respetando la temporalidad de la trama, lo que se intuyó del vestuario de época diseñado por la talentosa Brigitte Reiffenstruel, el director de escena planteó una producción de atmosfera de opresión y terror, resaltando los aspectos políticos de la trama por sobre los sentimentales. Bien tratadas las marcaciones de los solistas —aunque le hemos visto mejores de trabajos a McVicar en este aspecto— y menos las de las escenas de conjunto, por momentos algo caóticas y desordenadas. 

Muy aplaudido, el auto de fe ofreció monumentalidad y llenó la enorme escena de la casa de gran riqueza visual. Los poco atractivos decorados de enormes muros de semicírculos movibles diseñados por el escenógrafo Charles Edwards fueron funcionales el desarrollo de la acción y sumaron al clima asfixiante que buscó plasmar el director de escena en su trabajo.

Compartir: