?? Faust en Santiago

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Daniel Mirosław como Méphistophélès en Santiago © Marcela González Guillén

Noviembre 13 y 16, 2019. Desde mediados de octubre Chile se encuentra sumergido en una compleja y delicada crisis social, lo que ha afectado bastante a gran parte de las actividades cotidianas de sus habitantes, en particular en la capital, Santiago. En plena zona donde se han registrado desde masivas marchas pacíficas a saqueos, destrozos y hasta incendios en centenarias iglesias y edificios patrimoniales, se encuentra el principal escenario lírico del país, el Municipal de Santiago, que a pesar de las adversas condiciones decidió ofrecer de todos modos a su público el sexto y último título de su temporada lírica, en las fechas originalmente programadas, durante la primera quincena de noviembre: Faust de Charles Gounod, que no se representaba en Chile desde hace 15 años.

Considerando que por precaución y seguridad el contexto social obligó a cancelar presentaciones de prestigiosos artistas internacionales —desde el regreso de Joyce DiDonato hasta los esperados debuts locales de eminencias como Jordi Savall, Anne Sophie Mutter y sir John Eliot Gardiner, aunque al menos este último sí se presentó en un único concierto en el Teatro del Lago de Frutillar—, fue de verdad un gran mérito que el Municipal cumpliera con su programación y no solo lograra completar sus jornadas de ensayos incluso cuando en sus cercanías había escaramuzas entre manifestantes y policías que incluían violencia, barricadas y bombas lacrimógenas, sino que además consiguió realizar cinco de las seis funciones planificadas con sus dos repartos —solo se suspendió el estreno del segundo elenco— de manera muy sólida y con un aceptable marco de público, teniendo en cuenta las circunstancias y que además el espectáculo debió ser presentado en horarios muy poco habituales, prácticamente a la hora del almuerzo.

En esta ocasión se contó con una nueva producción con la que se presentaba por primera vez en Chile el director de escena brasileño André Heller-Lopes. Originalmente estrenado el año pasado en el Festival Amazonas de Manaos y posteriormente en el teatro en el que el régisseur es director artístico, el Municipal de Río de Janeiro, el montaje en general es efectivo y no traiciona el espíritu de la obra, aunque es más oscuro de lo necesario y pudo haber aprovechado mejor el espacio escénico. La funcional escenografía fue creada por Renato Theobaldo con base en unas estructuras móviles que evocaban espacios góticos. Mientras, la iluminación de Ricardo Castro siguió el diseño original de Gonzalo Córdova y el vestuario de Sofía di Nunzio destacó especialmente por los trajes del coro, el cual como siempre tuvo un buen desempeño bajo la dirección del uruguayo Jorge Klastornik.

El director residente de la Filarmónica de Santiago, el maestro chileno Pedro-Pablo Prudencio, estuvo al frente de los dos repartos, y bajo su batuta la orquesta ofreció una buena lectura de la bella y refinada partitura de Gounod que fue particularmente efusiva en su lirismo y romanticismo, con un adecuado equilibrio entre foso y escena.

Tras debutar en Chile en 2016 como Alfredo en La traviata, el tenor ruso Sergey Romanovsky regresó al Municipal encabezando al elenco internacional de este Faust y, más allá de una actuación correcta pero algo plana, nuevamente lució una voz de atractivo timbre y color y eficaces notas agudas. En el segundo reparto, el llamado “elenco estelar”, el chileno Juan Pablo Dupré mostró notorios avances luego de su Duque de Mantua de Rigoletto en 2017, siempre desenvuelto en escena y con un material quizás no particularmente bello, pero con un canto cada vez más seguro y expresivo.

En un año particularmente contundente para ella en el Municipal, donde asumió roles como la Mariscala y Fiordiligi, la soprano chilena Paulina González fue en el elenco internacional una Margarita que cumplió con las exigencias vocales del rol y culminó con un potente trío final. En el segundo reparto, fue muy auspicioso el debut local de la soprano rusa Zhala Ismailova, de creíble interpretación escénica y atractivo material vocal. El hermano del personaje, Valentin, tuvo dos buenos artistas en ambos elencos, ambos destacando no solo en su célebre aria, sino especialmente en su última escena; en el internacional, el barítono chino ZhengZhong Zhou, que en cada nueva actuación en el Municipal muestra nuevos avances vocales; y en el estelar, el cubano radicado en Chile, Eleomar Cuello.

También en el elenco estelar, otro cubano radicado en el país, el bajo barítono Homero Pérez Miranda, regresó al Municipal luego de un año de ausencia, con uno de sus roles más logrados: Mefistófeles; de hecho, no solo era el único de ambos repartos que había cantado su personaje en 2004 la última vez que se representó la ópera en ese escenario, sino que además encarnó al demonio en las dos presentaciones originales de esta misma producción en Brasil. Por lo mismo, no fue de extrañar el despliegue vocal y en especial el carisma teatral que lució. En el mismo papel pero en el elenco internacional, tras su Don Giovanni del año pasado, volvió el bajo polaco Daniel Mirosław, quien fue un poco más exagerado y caricaturesco en su actuación pero exhibió un contundente y sonoro desempeño vocal que lo llevó a ser —merecidamente— el más aplaudido en su reparto.

Los otros personajes estuvieron muy bien asumidos por cantantes chilenos: la mezzosoprano Evelyn Ramírez fue Marta en ambos repartos, lo mismo que la soprano Marcela González como un apasionado y encantador Siebel, quien en esta ocasión recuperó su segunda aria, a menudo eliminada de las representaciones de esta ópera; por su parte, Wagner fue encarnado por el bajo-barítono Matías Moncada y el bajo Jaime Mondaca, en el elenco internacional y el estelar, respectivamente. En conjunto, quizás no fue un Fausto extraordinario, pero sin duda fue un atractivo y solvente cierre para la que probablemente ha sido una de las temporadas más exigentes y complejas en la historia del Municipal, tanto por los títulos abordados —en especial los regresos de La forza del destino y Der Rosenkavalier, y el estreno en el país de Rodelinda— como por las dificultades internas que debió enfrentar. Y sobre todo fue digno de elogios y aplausos el esfuerzo de los artistas y los técnicos del teatro, que pese a todo lograron representar la ópera en estas circunstancias: cuando los espectadores salían de las funciones para volver a la realidad de las protestas, marchas y crisis, probablemente habrán tenido la sensación de que, al menos por tres horas, el arte y la cultura les ayudó a sobrellevar mejor estos difíciles días.

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