?? La clemenza di Tito en Barcelona

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Escena de la producción de David McVicar de La clemenza di Tito en Barcelona © Antoni Bofill

Febrero 19 y 20, 2020. La clemenza di Tito, aunque es ahora más frecuente, sigue siendo una obra no muy conocida por el público y a veces resistida incluso por la crítica. Por mi parte debo confesar que la primera vez que la vi/escuché (antes de la primera grabación en disco) quedé deslumbrado. El libreto de Caterino Mazzolà será menos perfecto que el original de Metastasio; las formas serán, en apariencia, las del barroco; los recitativos habrá que atribuirlos en gran parte a Franz Xaver Süssmayr… ¡pero cuántas maravillas encierra la última obra de Mozart! Bastaría con dos de las varias grandes arias del segundo acto (o sea, sin incluir ‘Parto, parto’, la más famosa) para hablar de milagro, no solo por la belleza e inventiva de la música, sino por su eficacia y propiedad dramática.

Por todo lo anterior es difícil encontrar una buena versión y equilibrada (incluso entre las grabadas, sean o no en vivo). En esta oportunidad en el Liceu se ha tratado de una versión decorosa o correcta, pero no al punto de dar una idea acabada de la grandeza del arte de Mozart. El Teatro compró esta producción de David McVicar nacida en 2011 en el Festival di Aix-en-Provence. Se trata de un espectáculo bello, clásico, pero demasiado gris y oscuro (decorados de corte clásico del mismo director y de Bettina Neuhaus, vestuario estilo Imperio francés muy bonito, de Jenny Tiramant, una iluminación que privilegia la penumbra, de Jennifer Tipton, y una guardia pretoriana de bailarines muy buenos, pero a veces molestos, innecesarios (cuando no contrarios) a la situación dramática, ya desde la misma obertura, supongo que para “animar” el escenario, incluido un excelente maestro de armas, David Greeves, que asume asimismo la personificación del personaje mudo —inexistente en el libreto— del conspirador Léntulo), y buenas intenciones, en la caracterización de los personajes. Bien y bonito, pero bastante superficial. 

De la reposición se encargó Marie Lambert-Le Bihan (al parecer, que un teatro compre una producción no es bastante como para que el principal responsable se haga cargo personalmente). Philippe Auguin es un director probo y serio que no tiene especialización, pero Mozart es de una “facilidad” engañosa. Ataques violentos y tiempos lentos o más que esos no son lo ideal. La orquesta lo siguió bien, pero a las cuerdas les sigue faltando el brillo y la transparencia requeridos, y algún viento sonó en extremo agresivo. Muy bien, el coro preparado —como siempre— por Conxita García.

Ha habido un doble elenco, pero con distribución errática: tendría que ver tres funciones, incluso una en abril, para ver a todos. Así que he visto un solo Sexto, muy aplaudido por un público no demasiado numeroso ni particularmente entusiasta o entendido, pero sí bastante respetuoso (excepto por las infaltables toses en momentos culminantes). Stéphanie D’Oustrac es una buena actriz y cantante, quizá más adecuada para el barroco francés, aunque ha desarrollado mucho el centro, pero no en igual forma el agudo, que suena duro, y algo el grave, que más de una vez suena artificial, abierto y feo.

La mejor de todos, con diferencia, ha sido la Servilia de Anne-Catherine Gillet (el papel más breve entre los principales, y no el más difícil). Si para Annio se elige a una cantante local y muy digna como Lidia Vinyes-Curtis (pero de agudo metálico y destimbrado, muy exigido y al descubierto en su segunda y gran aria, ‘Tu fosti tradito’) no se entiende bien por qué se contrata a un dignísimo barítono francés, Matthieu Lécroart, para Publio (que tiene una sola aria, bastante breve y la menos interesante de todas, aparte de los recitativos).

El protagonista era, en el primer caso, Paolo Fanale, siempre un buen intérprete y una voz bella y de un italiano digno de un manual, pero algo débil para el papel, sobre todo en el agudo en el que el color cambia por la forma de emitir el sonido. En el segundo, más estable y parejo, pero con un timbre nada especial y bastante nasal, debutó Dovlet Nurgeldiyev. Pero Tito es como Idomeneo e incluso Lucio Silla, no como Don Ottavio o Ferrando.

Es conocida la dificultad de encontrar una soprano para Vitellia. Myrtò Papatanasiu es una soprano lírico, más bien de tipo pleno: sus recitativos apresurados son una adivinanza, el grave se lo inventa, el agudo —en particular cuando hay messa di voce— es bueno, pero aquí y allá hay fugaces trazas de sonido metálico. Voz más homogénea y adecuada a la parte es la de Vanessa Goikoetxea, que si tiene un grave natural y aceptable, a veces resulta escaso y, como siempre, hay agudos que grita más que cantar.

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