?? Luisa Miller en Chicago

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Krassimira Stoyanova (Luisa) y Joseph Calleja (Rodolfo)

Octubre 28, 2019. No podemos más que alegrarnos de la iniciativa de la Lyric Opera de Chicago, que en su exploración por las primeras óperas de Verdi subió a escena Luisa Miller, ausente de esta compañía por casi cuatro décadas. A cargo del personaje protagonista, Krassimira Stoyanova retomó un rol que le ha valido gran éxito en el pasado y con el que se anotó un bien merecido triunfo personal. Con una voz fresca, brillante y dúctil, su Luisa fue todo un dechado de virtuosismo, elegancia y emoción, luciéndose tanto en los pasajes de mayor agilidad como en aquellos que requirieron un canto más dramático. Su ‘Padre, ricevi l estremo addio’, cantado con emoción, resultó conmovedor hasta las lágrimas, siendo el broche de oro de una composición excepcional. Como la Duquesa Federica, Alisa Kolosova planteó una altiva, rencorosa y vengativa rival de la protagonista con una voz suntuosa y homogénea, de graves de bellísimo esmalte, rico centro y agudos sólidos y potentes. Perteneciente al programa Ryan Opera Center para jóvenes cantantes, Kathleen Felty caracterizó a Laura, la amiga de Luisa, con gran solvencia vocal y bien plantada en lo escénico. 

Del lado de las voces masculinas, a Joseph Calleja se le oyó perfectamente a gusto en la tesitura de la parte del joven noble Rodolfo. Cantante de enorme sensibilidad y refinamiento, dispensó un canto siempre sutil, de cuidadísima línea y perfecta fibra verdiana. Alcanzó su gran momento en su aria ‘Quando le sere al placido’, donde se lució a más no poder e hizo gala de un canto muy dado a medias voces, agudos brillantes y un sabio e intencionado fraseo. Quizás se esperaba mucho del Miller de Quinn Kelsey, por lo que la decepción fue importante. La voz del barítono hawaiano pareció aún demasiado liviana y carente de rotundidad para componer al padre de Luisa. Cantó todo igual, sin emoción alguna, y fue incapaz de retratar de modo contundente la relación afectiva que lo une a su hija. Plasmando con gran efectividad la ambigüedad de su personaje entre la ambición y el amor paterno, Christian Van Horn fue un aristocrático Conde Walter de voz de gran calidad y seductor esmalte muy próximo a la perfección. Una grata sorpresa resultó el debutante Solomon Howard en el rol de un diabólico Wurm de graves profundos y sonoros. En cada una de sus intervenciones, al coro de la casa se le oyó bien y en muy buena forma.

Especialista en este repertorio, Enrique Mazzola, nuevo director musical designado de la entidad, se movió como pez en el agua al frente de una orquesta inspiradísima con la que brindó una lectura musical vibrante, de tiempos ágiles y perfecta concertación. Con unos decorados simples, pocos elementos en el escenario y una buena dirección teatral, la producción escénica de Francesca Zambello resolvió con inteligencia los requerimientos de la trama y presentó un espectáculo ágil y dinámico. De su labor solo resultaron cuestionables aquellos momentos en los que la directora de escena recreó a modo de pantomima relatos que ya están perfectamente narrados por el texto y la música y que no requerían ningún apoyo teatral adicional. Intentó aclarar y terminó oscureciendo.

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