Les contes d’Hoffmann en Lieja

Imagen de la puesta en escena de Stefano Poda de Les contes d’Hoffmann de Jacques Offenbach en Lieja © J. Berger

Noviembre 21, 2023. Se descubrió mucho de lo que quiso decirnos Stefano Poda —director de escena, escenógrafo, responsable del vestuario, de la iluminación y de las coreografías—, en el mismo momento de alzarse el telón de esta producción de Les contes d’Hoffmann de Jacques Offenbach. 

Sorpresa. No había ni taberna con sus relentes alcohólicos, ni parroquianos golpeando las mesas con sus jarras de cerveza. Apareció ante nuestros ojos atónitos, una inmensa sala, blanca, reluciente, vacía, con las tres paredes decoradas con una multitud impensable de estatuas de todos tamaños y formas (torsos, animales, flores, objetos decorativos…) dispuestas en orden perfecto, en otras tantas cajas de imprenta o similar, de capacidad correspondiente al objeto contenido. 

Nos hallábamos en el cerebro del escritor, con todo a punto para dar a luz a un nuevo cuento ligando unas con otras las imágenes bien clasificadas en su memoria. Apareció luego el propio escritor en el centro del escenario, postrado en la cama de un hospital —psiquiátrico muy probablemente, dado que todo daba vueltas a su alrededor—, peleándose físicamente con sus cuartillas a medio escribir: el sufrimiento del genio a la hora de la creación no podía estar mejor representado. 

Arturo Chacón-Cruz y Jessica Pratt © J. Berger

Un segundo mensaje llegó con el episodio de Olympia en forma de seis mujeres, otras tantas Olympias, encerradas en sendas cajas de forma paralelepipédica rectangular, de paredes semitransparentes. Ellas reaparecieron en los demás relatos en las mismas cajas vestidas de modo afín a la historia del momento. De seguro que Poda quiso incidir en el poco afortunado destino de la mujer que se repite en todo lugar y a cada época. Se entrevió un mensaje feminista.

Sin ser del todo original, reconózcase que la visión interiorizada, abstracta, de la génesis y del sentido final de esta obra —la condición de la mujer en la historia hace de los cuatro cuentos uno— dio de ellos una visión nueva, transportable a otros autores y a otras épocas. Bajo el punto de vista dramático el director de escena, sobrepasó las dificultades, todas que conllevaba la transformación —ahí es nada— de una taberna en un supuesto interior cerebral. Un tour-de-force digno de mención.

Sin menoscabo de los elogios venideros para con los solistas, fuerza será reconocer el singular aporte del coro de la casa (Denis Segond), tan capaz de entonar líneas melódicas etéreas, como de empujar con furia galops y otros ritmos endiablados con chulería y ganas de impresionar. 

En el alimón creado por las circunstancias entre Arturo Chacón-Cruz (Hoffmann) y Erwin Schrott (Lindorf/Coppélius/Miracle y Dapertutto), fue el tenor mexicano quien se llevó el gato al agua, por la longitud de su actuación, su potencia, su generosidad y su perfecta fonética francesa. El bajo-barítono uruguayo, por su parte, expresó a las claras sus facultades dramáticas y vocales en todo momento. No desaprovechó la oportunidad que le dio la canción ‘Scintille diamant’, que el público aplaudió justa e intensamente. 

Luca Dall’Amico (Luther, Crespel), Vincent Ordennau (Andrès/Cochenille/Frantz/Pitichinaccio) Samuel Namotte (Hermann), Valentin Thill (Spalanzani), Roger Joakim (Peter Schlémil), y, salido del coro, Jonathan Vork (Nathanaël) aportaron, quien más, quien menos, su piedra vocal y dramática al edificio.

Erwin Schrott y Jessica Pratt © J. Berger

Jessica Pratt cantó las cuatro heroínas de la noche. Agradecemos que limitara su actuación dramática. Con ello evitó las payasadas sin gracia de muchas Olympias que en el mundo están. En la parte vocal logró coloraturas finamente cinceladas, se atrevió con agudos en forte, estuvo a sus anchas el personaje de Antonia, pero también hubo dudas en otros agudos, algún grito fuera de control, imprecisiones en coloraturas y, en general, no dio a las melodías su valor emocional.

A su lado, Julie Boulianne (La Muse/Nicklausse) acompañó al protagonista con gran eficacia a juzgar por el aplauso final que mereció. No olvido la breve y memorable intervención de Julie Bailly, la voz de la madre de Antonia.

Giampaolo Bisanti dirigió la orquesta de la casa con buen conocimiento de la partitura. Más atento al foso que al escenario, sus maestros siguieron obedientes sus instrucciones y, si por momentos elevaron excesivamente el volumen, olvidando las características de la sala y el surplus de dificultad para los cantantes, les sea perdonado por haber respetado también las intenciones del compositor.

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