Beatrice di Tenda en París

Escena de Beatrice di Tenda de Vincenzo Bellini en la Opéra Bastille de París © Franck Ferville

Febrero 13, 2024. Las revoluciones asolaban a Europa cuando Vincenzo Bellini y Felice Romani crearon el mayor éxito de su colaboración: Norma (1831). Esta historia de la druidesa infanticida le dio la vuelta al mundo y fue estrenada en el Teatro Principal de la Ciudad de México en 1836 en alternancia con La sonnambula. Bellini se volvió uno de los compositores predilectos de la escena mexicana decimonónica al mismo nivel que Mercadante y Donizetti.

En 1841, la compañía Castellan presentó en México la última obra que Bellini compuso en Italia antes de instalarse en París: Beatrice di Tenda. Fracaso rotundo el día de su estreno en La Fenice de Venecia, esta partitura tuvo una vida fugaz a pesar de su gran calidad musical. El libreto de Romani se inspira del personaje histórico de Beatrice Lascaris, condesa de Tenda y duquesa consorte de Milán. Nacida en 1372, desposó al condottiere Facino Cane, que combatía al servicio del duque Giovanni Maria Visconti de Milán. Tras el asesinato de este último y la muerte de su primer esposo casi al mismo tiempo, Beatrice contrae nupcias con el nuevo duque de Milán, Filippo Maria Visconti. Su matrimonio no fue feliz y, para hacerse con el patrimonio de su esposa, el duque Visconti la condenó a muerte bajo una soez acusación de adulterio. La vida generosa de Beatrice di Tenda fue sesgada por la espada del verdugo en 1418.

La trágica muerte de la duquesa Beatrice inspiró a muchos artistas. Tras el éxito de Norma, los teatros italianos le reclamaron una nueva ópera a Bellini. Felice Romani, libretista de la mayoría de las obras de Bellini, le propuso una versión romanceada de los últimos días de la virtuosa duquesa. Apresurados por los empresarios de La Fenice, Bellini y Romani no pudieron pulir lo suficiente la Beatrice di Tenda y fue un fracaso rotundo, a tal grado que Bellini nunca volvió a buscar a Romani.

Beatrice di Tenda es una de las partituras menos representadas del maestro de Catania. A pesar de tener bastantes contradicciones en la intriga, la música es de un refinamiento extraordinario. Bellini desenvuelve sus mejores colores con toda la maestría estilística. Es probable que, sin la presión de La Fenice, esta ópera hubiera sido una verdadera obra maestra.

El desafío de esta ópera es su imperfección dramatúrgica. La tragedia de la duquesa de Milán, repudiada, ultrajada e inocente, puede caer en el exceso melodramático si la puesta en escena la toma al pie de la letra. Beatrice di Tenda no cuenta solamente la condena terrible de la noble soberana, sino que desarrolla un mensaje político contra las infamias de un poder despótico y de una justicia inhumana. Beatrice di Tenda no es un drama conyugal, es una trama donde el poder y la dominación arrasan con todo y le restan al mundo su nobleza y dignidad. Es interesante también observar que la relación de Filippo y Beatrice es tan compleja que su frágil equilibrio se desmorona con un simple rumor y con la sacrosanta razón de estado.

Con un director de escena como Peter Sellars, no podía esperarse una lectura banal de este drama atroz. Concentrándose ante todo en la tortura física y moral que someten a Beatrice y a su supuesto amante Orombello, el director escénico nos invita al tribunal que se prepara en los jardines del palacio del duque Filippo. Los setos de metal frío, los cipreses afilados hasta la punta y las paredes de acero pulido alimentan ese universo del suplicio calculado de dos inocentes sacrificados en el altar de la política. El gran problema de la visión de Sellars radica en una construcción demasiado teórica y compleja de su concepto. Su puesta en escena no tiene de sensible más que lo patético: es una lástima que una obra tan bella sucumba ante los estragos de tal dirección.

Otro revés para el estreno de Beatrice di Tenda en los escenarios parisinos fue la dirección de orquesta soporífera de Mark Wigglesworth. Sus tempi sin soporte tienen la elegancia sutil de un té sin aroma. Ni en los momentos más álgidos del drama se despereza su batuta, nos sirve una partitura que es todo menos italiana. Es una lástima, conociendo la excelencia de los músicos y los coristas de la Ópera Nacional de París, que intentaron salvar algunos momentos de gran belleza.

No obstante, las voces fueron la gran sorpresa de la noche. A pesar de contar con colores más veristas que belcantistas, la soprano estadounidense Tamara Wilson logró dar vida a la noble Beatrice. Su fraseo no tiene la agilidad de voces menos dramáticas; sin embargo, con sus medios vocales colosales, pudo sobrellevar este papel monumental. Tamara Wilson cautivó también con su talento histriónico sin igual. 

En el papel del trovador Orombello, el tenor samoano Pene Pati tiene la tesitura ideal del personaje. Con un timbre elegante, ágil y sincero, nos maravilló por la calidad de sus matices. De igual manera, el barítono Quinn Kelsey sorprendió con la potencia y la belleza de una tesitura amplia para el temible duque Filippo, manejando las emociones al extremo, sin rayar nunca en lo vulgar. La mezzosoprano Theresa Kronthaler dio voz a la temible Agnese, intrigante y traidora. A veces limitada en los graves, mantuvo una energía interesante en su interpretación. Hermano del tenor Pene Pati, el joven Amitai Pati no tiene nada que envidiarle al primo uomo. Su rango es igual de prometedor e incursionó en este papel secundario con un talento indudable.

Bodas de lumbre y de nieve, las de Filippo y Beatrice. Las suspicacias y los celos del duque perdieron para siempre a la dama que lo dio todo por un matrimonio de amor que lentamente se transformó en nupcias de sangre y de hiel.

Cuando Bellini dejó Italia para no volver, la escritura más refinada del bel canto se perdió en el soplo que exhaló en 1835, cuando sucumbió en la ribera fría del Sena en Puteaux. Ahora vuelve su recuerdo a las candilejas del gran escenario de la Opéra Bastille con su joya más secreta que, a pesar de algunas reservas, merece este retorno sin lugar a dudas.

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