I Capuleti e i Montecchi en Monterrey
Julio 26, 2021. El espectáculo que presencié el viernes 23 de julio de I Capuleti e i Montecchi de Vincenzo Bellini, presentado por primera vez en Monterrey por el México Ópera Studio (MOS) en el Auditorio San Pedro, brindó voces de calidad. Todos los cantantes realizaron una buena ejecución en la vocalmente compleja partitura belliniana, lo que marcó el regreso de la ópera en vivo a esta ciudad en plena emergencia sanitaria.
La obra fue estrenada en 1830. A casi 200 años, el MOS traspone la historia de los jóvenes amantes de Verona del siglo XIII al XXI, en un ambiente urbano, bajo la dirección y puesta en escena de Rennier Piñero y la dirección musical de Alejandro Miyaki, con la participación del grupo de cantantes del Atelier de Jóvenes Talentos 2021. Ambos directores aparecieron sobre el escenario justo antes de iniciar la función para introducir la obra.
Resulta interesante comentar que el libreto de Felice Romani tiene su origen en fuentes italianas renacentistas y no en Shakespeare, lo que le permitió incorporar ideas audaces sobre los amantes con trágico final; por mencionar algunas, se encuentra el hecho de que Romeo y Julieta están ya enamorados al inicio y que esta versión cuenta con menos personajes. La partitura puede ser vista como una cuidadosa labor de adaptación por parte de Bellini en la que material previamente escrito, tomado en su mayoría de su poco exitosa ópera Zaira, es brillantemente presentado en un nuevo contexto, brindándonos además melodías elegíacas singulares y fuertes atmósferas dramáticas.
El personaje de Romeo fue interpretado por la mezzosoprano Mariana Sofía quien logró mostrar a un adolescente recio. Sus amplias facultades y gran sentido musical en la precisa ejecución de los melismas que este compositor provee en su música le permitieron lucir agudos bellos y graves sonoros, además destacó actoralmente al mostrar su compleja relación con Julieta. Al interpretar la cavatina de la primera escena del primer acto, ‘Se Romeo t’uccise un figlio’, realizó un honesto retrato de un joven arrepentido por la muerte accidental del hijo de Capellio, padre de su amada. En el aria ‘La tremenda ultrice spada’, que viene justo después y como contraste, pues los Capuletos rechazan su petición de paz, les advierte del futuro derramamiento de sangre. Resultó emocionalmente doloroso verlo morir junto a Julieta en la escena final de la ópera.
La soprano Fernanda Allande, de agradable presencia escénica y espléndida voz, mostró a una Julieta frágil y vulnerable, capaz de expresar dolor y ansiedad como hija y como amante; apasionada por su amado pero sumisa a su padre; desesperanzada por un final feliz con su amado y dispuesta a llegar hasta la muerte por amor. Al momento de la romanza ‘Oh! Quante volte, oh! Quante’ al inicio de la segunda escena del primer acto, ataviada con el vestido de boda para unirse en matrimonio a Tebaldo, manifestó profunda nostalgia con una ductilidad sin límites en el manejo de las dinámicas que la partitura demanda, logrando una interpretación de altos vuelos. En la tercera escena del segundo acto, a partir de que despierta e intercambia sus últimas palabras con Romeo y hasta la trágica conclusión, ella, su amante, el resto del elenco y el coro lograron transmitir con creces la poderosamente efectiva música de Bellini.
El bajo-barítono Carlos Adrián Hernández, en su papel de Capellio, jefe de los Capuletos y padre de Julieta, realizó un desempeño que no dejó nada a desear. Su voz es robusta con graves firmes y seguros, y su proyección escénica hace justicia a este hombre autoritario y al final arrepentido. El tenor Manuel Bernal Dávalos, como Tebaldo, el prometido de Julieta, tuvo una participación que actoralmente cumplió con los requerimientos de un joven que solo busca venganza, pero en el primer acto mostró dificultades en el agudo, para después, en el resto de sus participaciones, desempeñarse decorosamente. El bajo Víctor Rodrigo, como Lorenzo, doctor al servicio de los Capuletos, presentó un retrato un poco distante de un hombre que se debate entre servir a su empleador o ayudar a Romeo, con quien simpatiza.
El maestro Miyaki como director concertador dejó en claro desde la obertura el nivel sonoro que es capaz de obtener de los músicos de la orquesta del MOS. Mención especial merecen el cornista Carlos Estevens y el clarinetista Roberto Flores por sus bellas interpretaciones en momentos clave, precisas en estilo y muy expresivas. Miyaki, en una entrevista para The World News Platform publicada en el Facebook del MOS, aclaró que eligieron esta ópera de Bellini porque el perfil de los personajes principales es similar al de los jóvenes cantantes que los representan, afirmación que el público asistente respaldó, pues al finalizar la ópera manifestó su entusiasmo con una nutrida ovación de pie. Los asistentes, respetando el uso del cubrebocas, ocuparon los asientos disponibles de acuerdo a las normas sanitarias correspondientes por la pandemia.
El desempeño del coro cumplió vocal y actoralmente en sus apariciones, luciendo en lo visual la escena de la pelea al término del acto primero así como la segunda escena del segundo acto, en la que al final del escenario desfilan con el cuerpo supuestamente inerte de Julieta. Se utilizaron recursos escenográficos a cargo de MDM Producciones, como andamios, mapping y un circuito cerrado de video, que evocaron atmósferas contemporáneas y sostuvieron la acción de forma funcional; cabe destacar la bien lograda secuencia inicial proyectada sobre el telón al momento de la obertura, que mostró antecedentes generales sobre los Capuletos y Montescos.
Francisco de Luna como coordinador de vestuario propuso para el coro una combinación de colores cálidos y oscuros para los Capuletos y, para los Montescos, tonalidades oscuras en su mayoría, en prendas casuales con cubrebocas combinados. Para los personajes principales utilizó prendas más formales que proyectaban una sobria elegancia actual. El maquillaje de Montserrat Granados y la iluminación de Pepe Cristerna complementaron adecuadamente la propuesta.
Desafortunadamente, se usaron ametralladoras y pistolas como utilería que, al dispararlas, sonaban poco convincentes y lo que algunas pistolas arrojaban parecía, por momentos, líquido, como si se tratara de juguetes infantiles. Se proyectaron supertítulos que no resultaron siempre en paralelo con lo que se cantaba, y que en ciertas escenas y debido a la iluminación fue difícil leer con claridad. La sonorización del ensamble estuvo un tanto descuidada en el segundo acto, en el que el volumen fue excesivo. El circuito cerrado de video tuvo ciertas dificultades con la sincronía entre los cantantes en vivo y lo que se proyectaba, pues había un retraso de algunos segundos, además de resultar un tanto distractor.
La puesta en escena de Piñero logró hablarle al público de hoy en día desde referentes y símbolos actuales, lo que le concedió extrema frescura, con trazos ágiles y atinados. Cerca de un centenar de artistas participó en este montaje: entre cantantes, los integrantes del coro y la orquesta, así como el equipo creativo. La función se repitió el sábado 24 de julio con un elenco diferente.