Concierto de la Filarmonica della Scala en Milán

Marlis Petersen y Riccardo Chailly, con la Filarmonica della Scala en Milán © Brescia e Amisano

Mayo 27, 2024. La rica programación anual en el Teatro alla Scala no solo se limita a funciones de ópera, ballet y recitales, sino que también cuenta con un ciclo de música sinfónica, que incluye presentaciones de importantes orquestas invitadas, así como de la propia orquesta Filarmonica della Scala. 

El concierto objeto de esta reseña ocurrió unos cuantos días después de la sentida, memorable y sobresaliente ejecución del Requiem de Giuseppe Verdi, realizado en la Basílica de San Marcos de Milán, con motivo de la conmemoración del 150 aniversario de la primera ejecución de esa obra verdiana por parte de la Orquesta y el Coro del Teatro alla Scala, bajo la dirección de Riccardo Chailly. 

El director milanés, quien ocupa también el puesto de titular de la Filarmónica, dirigió en su regreso a la sala del Piermarini un breve pero interesante y bien ejecutado concierto, de apenas una hora y cinco minutos de duración, con piezas sinfónicas expresionistas pertenecientes a la llamada “Trinidad” de la Segunda Escuela de Viena, aquella conformada por el maestro Arnold Schönberg (1874-1951), y por sus alumnos Anton Webern (1883 -1945) y Alban Berg (1885-1935). 

La música expresionista generalmente resalta por asociarse a temas como la perturbación, la obsesión y la frustración del hombre, incapaz de comunicarse con el mundo y de encontrar su propio espacio; como también a la música atonal y, en cierto modo, a la música serial de la cual Schönberg y sus dos discípulos fueron grandes expositores. 

Sin embargo, las obras escuchadas en este concierto se aproximaron a la antigua y gloriosa tonalidad. La versatilidad de Chailly le permite sobresalir en múltiples géneros, con música de autores que suelen ser ajenos a los directores italianos, a quienes se les asocia principalmente con óperas italianas. Pero el Chailly es un director de mucho oficio que ha convivido con esta música a lo largo de su carrera en sus encargos no italianos, como cuando estuvo al frente de la Gewandhausorchester de Leipzig, Alemania (de 2005 a 2016), o de la Royal Concertgebouw de los Países Bajos (de 1988 a 2004), donde fue su primer director musical no neerlandés; o también de la Deutsches Symphonie-Orchester Berlín (de 1982 a 1988), entre otras, donde convivió, conoció, se impregnó, y perfeccionó su conocimiento de estos compositores.

Fue con gran gusto y sensibilidad con el que realizó una excavación profunda y sentimental de Verklärte Nacht, (Noche transfigurada) de Schönberg, un sexteto para cuerdas que Chailly dirigió con una sección ampliada de la orquesta —es decir, en su versión para orquesta de cuerdas de 1917—, una obra que contiene tintes del romanticismo alemán tardío. Una obra reflexiva, algo sombría y oscura, intensa, a la que los músicos y la lectura de su director supieron resaltar con maestría, como en las partes armónicas bien definidas. La obra se inspiró en un poema del alemán Richard Dehmel (1863-1920). El sonido fue nítido y compacto. 

A continuación de escuchó la exigente, Passacaglia Op. 1 de Anton Webern, breve obra cargada de tonalidad, cuyo título hace referencia a una pieza de baile italiana. Aquí se escuchó una versión sencilla, directa, natural, impregnada de romanticismo, pero a la vez intensa, que hace pensar en la influencia de otros compositores sobre el trabajo de Webern, como podrían ser Wagner o Strauss. 

Al ser un teatro de ópera por excelencia, no podía faltar un toque de musical vocal, concretamente de la ópera Wozzeck de Alban Berg, el más conocido y universalmente apreciado de los tres compositores, y de cuya obra se eligieron tres fragmentos para soprano y orquesta, una especie de menú de degustación que incluyó las escenas 1 y 2 del primer acto; la escena 1 del tercer acto; y las escenas 4 y 5 del tercer acto, que contó con la soprano alemana Marlis Petersen, una intérprete notable, conocedora y sublime de este repertorio. Es una cantante afín a la música del siglo XX, que además de mostrar gran presencia y elegancia en el escenario, cantó con intensidad, pero a la vez con cierta calidez, envuelta por breves minutos en su personaje, y una voz brillante, nítida, expresiva, natural y capaz de emitir brillantes notas agudas y penetrantes. 

El final del tercer fragmento fue cantado por las voces de algunos niños pertenecientes al coro de voces blancas del teatro que hoy dirige Bruno Casoni, durante muchos años el director titular del coro del teatro. 

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