Elektra en Washington

Katarina Dalayman como Klytämnestra (en el centro) en la producción de Elektra de Richard Strauss en la Ópera Nacional de Washington © Scott Suchman

Octubre 29, 2022. Para el segundo título de su temporada 2022-23, la compañía de ópera de la capital norteamericana apostó fuerte, presentando una interesante producción de Elektra de Richard Strauss, que si bien encontró su punto fuerte en su cantante protagonista, la indestructible Christine Goerke, supo con buen tino reunir a su alrededor un elenco de loa que funcionó admirablemente bien e hizo de la presentación un acontecimiento remarcable.

Aclamada con justicia como una de las más importantes intérpretes actuales de la parte, Goerke no defraudó, confirmando una vez más su familiaridad con la difícil parte de la vengativa Elektra. Sin nunca escatimar medios, la soprano americana alardeó de una voz potente de soprano dramático, que condujo con notable seguridad y perfecta proyección gracias a una técnica de primer orden. En la escena, su entrega fue total, transmitiendo con vehemencia toda la compleja personalidad de su personaje y su obsesión homicida por los asesinos de su padre. 

En perfecto contrapunto a su perturbada hermana, resultó un gran descubrimiento la soprano americana Sara Jukybiak, quien compuso una deslumbrante Chrysothemis de timbre radiante, flexible y homogéneo, cuya suplica ‘Ich kann nicht sitzen’, cantada con enorme belleza y cándido lirismo, le dio a la noche uno de sus momentos más logrados y luminosos. Otrora gran intérprete de la parte de Elektra, la sueca Katarina Dalayman incursionó en pleno uso de sus facultades y con resultados solventes en la parte de Klytämnestra, delineando una atormentada y culposa madre de Elektra más burlona que terrorífica, con una aún voz vigorosa, agudos incisivos e inflexiones mordaces. 

Christine Goerke como Elektra en Washington © Scott Suchman

Excelente, el bajo-barítono Ryan Speedo Green mostró una autoridad y una madurez vocal que no coinciden con su edad biológica —¡sólo 36 años!—, construyendo un Orestes poderoso, de gran humanidad y variedad de acentos reivindicativos. Impecablemente fraseado y muy consistente en lo interpretativo, el veterano tenor eslovaco Stefan Margita le sacó chispas a su breve pero intensa intervención como Egisto, el amante de Klytämnestra. 

Del grupo de sólidos cantantes comprimarios, destacaron particularmente por su vocalidad el preceptor de Orestes de Kevin Thompson y la criada de la contralto Meredith Arwady. El coro de la casa atraviesa un gran momento, como pudo apreciarse en esta nuevamente en esta ocasión. 

A cargo de la vertiente musical, el siempre eficiente Evan Rogister hizo que la la orquesta de la casa, en esta ocasión reducida a 85 músicos —de los 113 requeridos por Strauss— sonara como si se tratase de una orquesta completa. Su lectura musical plena de energía, dramatismo y equilibrada sonoridad, supo con inteligencia sacar, por un lado, buen partido de los momentos más liricos de la partitura, sin nunca perder tensión; y por otro, subrayó las líneas sinfónicas de la partitura sin nunca abusar del fortissimi. 

La producción, firmada por la ítalo-americana Francesca Zambello, planteó la acción en una decadente y fragmentada Micenas, ayudada por los sobrios decorados de Erhard Rom. Por su parte, Bibhu Mohapatra diseñó un vestuario colorido para los habitantes de palacio; y otro, gris y andrajoso, para Elektra, buscando resaltar los dos mundos: el de la protagonista y del del resto de la casa. 

En general, hubo interesantes golpes teatrales de parte de Zambelo, como el hecho de presentar el asesinato frente al público, primero de Klytämnestra y luego de Egisto. Desconcertó, no obstante, que la directora de escena convirtiese el momento clave de la danza y posterior muerte de la protagonista en un especie de fiesta donde Elektra saludó a familiares y sirvientes para luego morir junto a ellos, situación que se dio de patadas con la intención final del libretista y compositor, quienes buscaron resaltar la imposibilidad de la protagonista por establecer cualquier toda tipo interacción con el mundo que circunda, perturbada por sus anhelos de venganza, lo que la convierte en la auténtica y definitiva heroína de la ópera.

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