Ernani en Chicago
Septiembre 21, 2022. Dio inicio una nueva temporada de la Lyric Opera de Chicago, la número 68 de su historia, y el título elegido fue Ernani, quinta ópera de Giuseppe Verdi, basada en un drama de Víctor Hugo, estrenada en Venecia en 1844.
Es curioso que, aunque en su tiempo Ernani fue una de las óperas que le dio notoriedad y reconocimiento internacional al compositor, en el transcurso del tiempo no ha logrado afianzarse en el repertorio tradicional, por lo que es un título poco representado, incluso olvidado por muchos teatros de Estados Unidos, salvo excepciones como el del Metropolitan de Nueva York, que la ofreció hace algunos años; o la frustrada representación en el verano del 2020 en el escenario de San Francisco que debió cancelarse por la pandemia. Este año, además de Chicago, solo la Ópera de Sarasota en Florida la tiene anunciada (aunque cabría mencionar que este teatro es particular ya que siempre se ha especializado en títulos desconocidos y olvidados).
La Lyric Opera de Chicago repuso la producción, que fue vista en este mismo escenario en 2009, como parte del ciclo de óperas tempranas de Verdi (Early Verdi Series), que comenzó en el 2019 con Luisa Miller, y cuyo objetivo es el de ofrecer los primeros títulos del célebre compositor. La puesta en escena es tradicional y se apega al libreto de la historia situada en España en el siglo XVI. Muchas de las escenografías incorporan elementos moriscos, y el resto de la función se realiza en el interior de elegantes y decorados palacios y castillos, enormes vitrales al fondo y puertas de madera ornamentadas.
Hubo escenas que causaron buena impresión, como la de la catedral de Carlomagno en Aquisgrán, donde el personaje de Don Carlo apareció en lo alto sobre una tumba, como señal de jerarquía, con túnicas, símbolos de poder y elegantes vestuarios. Todos los diseños vistos en escena fueron ideados por Scott Marr, con una buena iluminación de Duane Schuler. A la de por sí poco atractiva trama para el público contemporáneo, la dirección escénica de Louisa Miller incurrió en ideas algo absurdas que poco aportaron a un rígido montaje, como las diversas escenas donde aparece el fantasma del padre de Ernani, una especie de guía que le indicaba cómo actuar en escena en su búsqueda de venganza.
También, hubo poca química entre Ernani y Elvira, dos personajes alejados en escena, y el “dramatismo” aquí parecía ser sinónimo de exagerada sobreactuación. En este punto, me permito una reflexión personal: para óperas como Ernani, cuyo valor musical supera ampliamente al de su trama, ¿no convendría presentarlas en versión concierto y resaltar sus exuberantes arias, dúos, tríos y las partes corales y orquestales, evitando gastar recursos para un resultado que escénicamente parece no cumplir su función?
En el aspecto musical las cosas funcionaron mucho mejor, como la sobresaliente lectura que aportó Enrique Mazzola, nuevo director musical del teatro, quien mostró conocimiento del repertorio, con una batuta precisa que extrajo brillantes matices y colores de la orquesta. Con atención al detalle, y consideración por las voces, regaló momentos de brillantez y lucidez musical.
La pareja de protagonistas, ambos estadounidenses, mostró un destacado nivel vocal. El tenor Russell Thomas está llevando a cabo una buena carrera en el repertorio spinto, y mostró que posee el peso vocal y el color requerido para las melodías verdianas, que interpreta con calidez y flexibilidad. Por su parte, la soprano Tamara Wilson prestó al personaje de Elvira un cautivador timbre vocal, mostrando una gama de recursos en la coloratura y cumplió las exigencias dramáticas del papel. El barítono Quinn Kelsey mostró virtudes y el potencial vocal que posee, aunque pareció que su enérgica actuación en el personaje de Don Carlo debió igualarla con desmedida fuerza vocal.
Por su parte, el bajo Christian Van Horn mostró buena presencia escénica, pero incurrió en la sobreactuación, y en su profunda voz hay un ligero vibrato y una nasalidad que no favorecieron su desempeño. Muy bien estuvieron el resto de los cantantes en los papeles comprimarios, con una mención especial para el tenor mexicano Alejandro Luévanos, quien en el papel de Riccardo, escudero de Don Carlo, mostró una voz con cuerpo y grata tonalidad, y al que será interesante seguir en su desarrollo futuro.
No se puede dejar a un lado a la importante aportación que tuvo el coro de la Lyric Opera en su participación en esta función. Fue un elemento más para su éxito musical, ya que se trata de un coro experimentado, muy sólido y digno del nivel y el calibre que tiene este teatro.