I due Foscari en Piacenza

Escena de I due Foscari de Giuseppe Verdi en el Teatro Municipale di Piacenza © Gianni Cravedi

Mayo 3, 2024. Aunque no es del todo habitual ver este título de la primera época del compositor en el repertorio de los teatros “principales”, ni siquiera en su tierra, toda reposición tiene su interés, dado que pese a su brevedad (no es defecto) y su situación teatral única (sí lo es), su carácter permanentemente sombrío —salvo algún coro— y las dificultades de los protagonistas la convierten siempre en un desafío, comenzando con el director de orquesta. 

La primera baza de esta importante reposición fue contar con Matteo Beltrami, excelente concertador y conocedor de las necesidades de este título verdiano que puede terminar “en banda” fácilmente. Sin renunciar al ímpetu (sobre todo en las famosas y peligrosas cabalette) y tan solo con algún momento de volumen demasiado alto, tuvimos atmósfera y cuidado de los primeros atriles (en especial las maderas) con lo que la labor de la orquesta Toscanini de esta región de Emilia-Romaña resultó francamente buena.

Del elenco de cantantes, es imprescindible nombrar primero al protagonista, el dogo de Venecia Francesco Foscari (pues la calidad de su última escena nos remite ya a los grandes momentos de la primera versión de Simon Boccanegra), interpretado por el barítono parmesano Luca Salsi con total dominio y soltura.

El tremendo papel de su nuera, Lucrezia Contarini, iba a ser cantado (y grabado en esta ocasión) por Marina Rebeka, quien canceló con poca antelación. Pero hubo suerte en tener a disposición a la croata Marigona Qerkezi, una joven soprano que dio buena cuenta de agudos y agilidades con los que Verdi gratificó a la intérprete del rol. Tal vez el extremo superior de su voz sea algo metálico y no me pareció que su centro y grave fueran igualmente potentes y timbrados, pero los reparos son menores, dadas las circunstancias.

Marigona Qerkezi (Lucrezia) Luca Salsi (Francesco Foscari) y Luciano Ganci (Jacopo) © Gianni Cravedi

Del trío principal el personaje más débil, aunque con excelentes oportunidades vocales, es Jacobo Foscari (único hijo vivo del dogo), objeto de odios y venganzas cruzadas, que muere de dolor al partir al exilio. El tenor romano Luciano Ganci no será —o no aún— un actor consumado, pero vocalmente está en constante ascenso y esta vez no se percibió cansancio alguno durante la representación, y sus dos grandes momentos solistas, así como duetos, tercetos y otros números de conjunto fueron estupendos.

El bajo napolitano Antonio Di Matteo (Loredano) es el único de los comprimarios de cierta importancia y su actuación fue positiva. No se puede decir lo mismo del Barbarigo del tenor romano Marcello Nardis. Los otros cantaron muy poco como para poder emitir un juicio de cierta consistencia, pero estuvieron correctos: la soprano Ilaria Alida Quilico (Pisana), el tenor Manuel Pierattelli (Fante) y el bajo-barítono Eugenio Maria Degiacomi (Servo).

Se utilizó una puesta en escena de Joseph Franconi Lee en coproducción con el teatro de Módena, no solo tradicional (no es defecto en sí mismo), pero con movimientos ridículos del coro femenino y en general sin apreciable dirección de actores. Las coreografías de Raffaella Renzi resultaron poco interesantes. Mucho público presente y aplausos crecientes durante la representación, con verdaderas ovaciones al final de la misma.

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