Il prigioniero en Roma

Ángeles Blancas (La madre) y Mattia Olivieri (Il prigioniero) en la ópera de Luigi Dallapiccola en la Ópera de Roma © Fabrizio Sansoni

 

Abril 23 y 24, 2025. Como he explicado en la crítica sobre Suor Angelica en este mismo espectáculo, el raro título de Luigi Dallapiccola fue la segunda parte del “díptico” ideado por Michele Mariotti, con una nueva versión escénica de Calixto Bieito.

Si en el caso de la ópera de Puccini no todo funcionó de modo ideal (a mi juicio), aquí el acierto fue total en todos los frentes, y en realidad se ha quebrado una lanza por la reaparición de esta obra tan “moderna” (de 1950) y “difícil” (dodecafónica), que siempre que se la ve o escucha en concierto es un golpe directo a la mandíbula.

El montaje fue sobrio, con excelentes luces de Michael Bauer, un escenario casi vacío (Anna Kirsch) y trajes atemporales de Inglo Krügler (no hubiera sido mala idea que el carcelero apareciera al final, como se pide, vestido de gran inquisidor, pero supongo que se ha procurado dar un valor eterno a la situación, o hacer de una situación en origen política —o no se entienden las alusiones a Felipe II de España y la revuelta de los Países Bajos— una de cárcel personal, interior). Salvo que probablemente la aparición final de La madre o su demorada salida de la prisión deberían haberse suprimido la marcación de los actores, incluso en los papeles secundarios (los dos sacerdotes que aparecen hacia el final) fue extraordinaria. 

De hecho, es una obra de cámara para tres personajes. La madre que domina al inicio fue una sensacional Ángeles Blancas, que parece haber encontrado su repertorio de elección, en lo vocal y actoral. Como Il carcieriere/Il grande Inquisitore, John Daszak confirmó su valía para los papeles de este tipo de tenor y también cantó y actuó estupendamente. Estuvieron bien en los dos sacerdotes mencionados Arturo Espinosa y Nicola Straniero (el último proveniente del programa “Fabbrica”, para jóvenes artistas del Teatro).

Donde se llegó a cotas difíciles de imaginar o alcanzar fue, no obstante, en otros dos casos: 

Primero, la dirección de Mariotti, que aquí estuvo nada menos que excelsa con una orquesta fabulosa y exacta, curiosamente más expresiva de sentimientos —o falta de ellos— que en la obra de Puccini (bien las intervenciones internas del coro, siempre dirigido por Ciro Visco). 

Segundo, la interpretación que del protagonista dio Mattia Olivieri, de una intensidad vocal y escénica rara, con sus resonancias “crísticas”, y una voz aterciopelada pero cruzada por todas las angustias y dolores imaginables, sin renunciar nunca a su forma de cantar habitual: casi parecía que en mucho de lo que cantaba había melodía (la plegaria reiterada, el aleluya final) para acabar con un susurrado ‘La libertà?’ estremecedor. Mucho aplauso, pero no mucho público.

Compartir: