?? L’elisir d’amore en San Miguel de Allende

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Rodrigo Garciarroyo (Nemorino) y Anabel de la Mora (Adina) en San Miguel

Febrero 9, 2020. Michael Pearl, presidente de la organización Pro Música de San Miguel, invita cada año a una gran cantidad de músicos —pianistas, violinistas, ensambles diversos— a tocar en su sede: una iglesia. En 2011 decidió producir una ópera y la presentó en el teatro de esta ciudad, el Ángela Peralta. Su decisión se opuso a años de sentido común local que consideraba a ese teatro como uno de los espacios más inhóspitos para espectáculos escénicos en México. Además, el gobierno de la ciudad en aquel tiempo, al igual que sus predecesores, estaba reacio a renovar el sitio, un tesoro histórico inaugurado en el siglo XIX por la famosa soprano mexicana Ángela Peralta.

Pero, en el siglo XXI, Pearl ha sido un empresario que ha aportado beneficios extraordinarios al mundo musical de San Miguel. Contra todo pronóstico, puso en escena su primera ópera, Tosca, producida por Ópera Insurgente, una compañía formada por el tenor Rodrigo Garciarroyo. El sentido común local demostró ser correcto en cuanto al diseño del teatro. Detrás del proscenio había un escenario poco profundo, sin “piernas” reales y escaso espacio para los camerinos. Además, algunos aspectos de la producción de Tosca resultaron extraños. No obstante, el mismo equipo colaborativo ha continuado ofreciendo cada año una ópera del repertorio estándar: La bohème, La traviata, Don Giovanni… Amateur en calidad, sin duda, pero con continuos intentos de sofisticación. Se introdujo el supertitulaje y regularmente se proyectan fondos escénicos contra el ciclorama al fondo del escenario. Se realizó un innovador diseño de vestuario para Rigoletto y el director de escena nos ofreció un coro de cortesanos fanfarrones. A lo largo del camino ha habido también actuaciones extraordinarias en los roles principales.

Esto nos lleva a la nueva producción de L’elisir d’amore que se presentó en este teatro los días 8 y 9 de febrero. Cuando Rodrigo Macías apareció de atrás de las cortinas y se sentó alegremente, no frente al tradicional piano de cola, sino en el podio del director frente a la Orquesta Sinfónica Pinto Reyes del Instituto Cultural de León, la compañía dio el mayor salto en su historia al presentar la ópera con orquesta completa. Tan completa que la sección de percusiones tuvo que instalarse a un lado del escenario, no completamente oculta por las “piernas”. La influencia del Sr. Pearl por lo visto no fue suficiente para hacer que se destapara el foso del teatro, y la orquesta tuvo que ocupar el espacio frente al escenario, cancelando la utilización de la primera fila de butacas.

Este arreglo influyó un poco en la vivacidad de lo que ocurría en el escenario. Quizás los costos obligaron al Sr. Pearl a pagar más por los miembros de la orquesta que por la horda de aldeanos necesarios para llenar el espacio en el que ocurren los pormenores de la acción.

L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, se estrenó en Milán en 1832 y es una clara muestra de la ópera bufa belcantista, con una serie de melodías ininterrumpidas una tras otra en forma de solos, duetos y conjuntos. Su trama, boba pero compacta, presenta al ingenuo Nemorino, desesperadamente enamorado de Adina, quien se burla cruelmente de él y alienta las atenciones del fanfarrón Belcore. El “doctor” Dulcamara, un vendedor ambulante, engaña a Nemorino para que le compre un vino barato que ensalza como una poción de amor. Los eventos siguientes parecen mostrar que el elixir en realidad funciona.

Aun disminuido a solo ocho integrantes, el ensamble coral del Teatro del Bicentenario de León fue vibrante y brindó apoyo para la actuación extraordinaria de la intérprete de Adina. Nada en la lograda vocalidad de Anabel de la Mora como Gilda en el Rigoletto de Ópera Insurgente el año pasado nos preparó para su picante pero centellante Adina. Ejecutó los trinos de filigrana, los arpegios y los encantadores giros musicales de Donizetti con una voz cristalina y articulada. Sin duda, De la Mora podría presentar su caracterización de la coqueta de Donizetti con cualquier compañía en el mundo.

Charles Oppenheim, como Dulcamara, se sintió bastante cómodo en un papel que ha desempeñado anteriormente. A menudo lo interpreta un bajo robusto, y este presentó una imagen encantadora cuando se movió por el escenario, delicadamente en puntillas. Apareció frente a nosotros con la frecuencia suficiente para volverse simpático por no exagerar su actuación y por expresar con delicadeza las veloces frases vocales del compositor.

El fanfarrón Belcore de Enrique Ángeles apareció siempre al filo del escenario, con sus hombros alzados. Aunque esta postura, muy probablemente ideada por el director de escena para darle un toque cómico, constriñó los impulos actorales del barítono, pero su desempeño fue competente y complació a la audiencia. Jimena Montserrat, como Giannetta, la amiga de Adina, actuó con garbo.

Ahora llegamos al Sr. Garciarroyo —intendente de Ópera Insurgente y director de escena— que en su faceta de cantante se reservó el rol de Nemorino. Es hora de señalar que su decisión de ser el tenor protagónico de cada ópera que dirige es contraproducente. Ciertamente, continúa mostrando una voz de calidad indiscutible, revelada desde los primeros días en San Miguel en su camino para convertirse en una «estrella de la ópera» aquí. Sin embargo, uno observa que la falta crucial en Garciarroyo es su habilidad para reconocer que el peso vocal de su instrumento y su sentido del estilo no son adecuados para cada parte que canta. Fue espléndido como Manrico, pero fue un Don Ottavio inapropiado. En L’elisir d’amore, además, cometió un error en la famosa aria de su personaje, ‘Una furtiva lagrima’. Los talentos de Garciarroyo como director de escena, en cambio, se vuelven más evidentes con cada nueva producción que realiza, y a este Elisir d’amore le confirió una fluidez discreta, bastante efectiva.

Macías fue un concertador que dirigió a los artistas en el escenario y a la orquesta con autoridad y una ágil ejecución de la partitura de Donizetti. Todos los que estuvieron relacionados con la visita más reciente de Ópera Insurgente a San Miguel lo convirtieron en un evento único. Uno confía en que el calificativo de “calidad amateur” de las producciones futuras de esta compañía dejará de ser cierto.

Una última observación. La modernización que reemplaza un acompañamiento de piano con una orquesta, por deseable que sea, ha privado a Ópera Insurgente de la presencia de Mario Alberto Hernández, el portentoso pianista que había demostrado que las cuerdas, los instrumentos de aliento, los metales y las percusiones podían simularse con dos manos. Sus actuaciones, que nunca fueron de “calidad amateur”, continuarán en relación con el Concurso de la Ópera de San Miguel, los conciertos del Institute of Bel Canto y las audiciones del Metropolitan Opera. Anticipamos continuar apreciándolo con enorme afecto hasta que él mismo decida cúando esas dos manos deberán retirarse.

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