Les troyens en Colonia

El coro y la orquesta de la Ópera de Colonia, en la producción de Les troyens firmada por Johannes Erath © Matthias Jung

Octubre 1, 2022. Esta fue una esperada reposición de Los troyanos de Hector Berlioz, todavía hoy lamentablemente rara —aunque en comparación con las tres décadas anteriores va siendo algo más frecuente— y siempre por debajo de su interés e importancia en la historia de la ópera.

Si la puesta en escena de Johannes Erath fue solo apropiada para la primera parte (Troya), dejó que desear para la segunda (al parecer, Cartago les plantea a los directores de escena problemas de “originalidad” y “credibilidad” que los llevan a desfigurarla o maltratarla), la parte musical fue destacable, prácticamente sin fallos de importancia, y en muchos momentos algo más que eso. Para empezar, la orquesta de Gürzenich (Colonia) es un cuerpo sólido y más que respetable que se demostró maleable y dúctil bajo la batuta de François-Xavier Roth, un maestro que se impone cada vez más, y no solo en el repertorio francés del que es distinguidísimo intérprete. 

Su Berlioz no fue solo una exposición de retórica romántica sino que tuvo una infinidad de matices y un sonido adecuadísimo. Supo además concertar en todo momento, y la posición de la orquesta en el centro de un círculo que giraba con los cantantes (y a veces giraba ella misma) no era algo que le facilitara las cosas. Del mismo modo, el coro tiene un hueso duro de roer en esta obra y se contó incluso con refuerzos para el conjunto titular de la casa, muy bien preparado por Rustam Samedov.

Pero con toda la dificultad (hay momentos sinfónicos, sinfónico-vocales y otros casi camerísticos en esta magna partitura), sin cantantes que sean a la vez buenos actores no hay posibilidad real de que Los troyanos brillen (parecido al caso Wagner, lo que no es óbice para que hoy se presenten obras del alemán en versiones más que discutibles desde todos los puntos de vista). Y esta vez los hubo.

Enea Scala (Énée) y Veronica Simeoni (Didon) © Matthias Jung

Si la mezzosoprano Isabelle Druet es una excelente cantante del repertorio barroco, sus medios resultan demasiado claros y con una extensión que revela ciertas limitaciones, pero la claridad de su dicción, su interpretación apasionada hicieron de ella una buena Cassandre. A su lado, en la primera parte no hubo nadie que lo hiciera mal y en todo caso hay que destacar sobre todo al Chorèbe del barítono Imsik Choi (parte no muy larga, pero bien difícil). El Énée del tenor Enea Scala estuvo bien pero hubo que esperar a la segunda parte para que demostrara que está en perfectas condiciones de abordar un rol tan difícil para cualquier tenor. Si la voz no tiene gran calidad tímbrica, su técnica, estilo y dicción lo habilitan perfectamente para la parte.

Esas mismas características sumadas a una voz “falcon” de color cobrizo, ideal para el papel de Didon, estuvieron presentes en el canto de la mezzosoprano Veronica Simeoni, que demostró un dominio fantástico del francés y, aunque en opinión de quien esto firma su personaje fue marcado equivocadamente al menos en las dos terceras partes de Cartago (no así en su gran escena final, por fortuna, y pese a una infausta bañera que ya había sido uno de los detalles discutibles en la presentación de Casandra), mostró sus extraordinarias dotes de actriz y su capacidad de ponerse al servicio de la producción. Todas sus intervenciones fueron magníficas vocalmente, pero me permito destacar su intervención en el gran dueto de amor y naturalmente en la mencionada escena conclusiva de la ópera.

Adriana Bastidas-Gamboa (Anna) y Nicolas Cavallier (Narbal) © Matthias Jung

Como hay personajes secundarios importantes, diré que prácticamente todos estuvieron correctos, pero es preciso destacar el Narbal del bajo Nicolas Cavallier (pese a su atuendo), y un punto por debajo la Anna sumamente activa de Adriana Bastidas-Gamboa, el Iopas del tenor Dmitry Ivanchey y el Hylas del tenor Young Woo Kim (presentado como un Elvis de segunda). 

Ballet propiamente dicho no hubo pese a que se ejecutó y muy bien la música, y en su lugar hubo dioses y apariciones francamente discutibles (hubiera sido preferible, por ejemplo, que la gran caza real y tormenta tuvieran solo ilustración musical y no escénica), aunque todos respondieron con responsabilidad a lo que se les pedía. 

La larga función tuvo muy buena acogida, sin defecciones ni móviles importunos, y sobre todo al final fue largamente aplaudida, aunque me habría gustado ver la sala desbordante, como merecía la ocasión.

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