Lucia di Lammermoor en Los Ángeles

Arturo Chacón-Cruz (Edgardo) y Liv Redpath (Lucia) en la Ópera de Los Ángeles © Cory Weaver

Septiembre 28, 2022. Comenzó una nueva temporada de la Ópera de Los Ángeles, que como siempre incluye una amplia variedad de títulos de diferentes estilos, compositores y épocas. La ópera elegida para inaugurar el nuevo ciclo fue Lucia di Lammermoor de Donizetti, obra que se no se escenificaba en este escenario desde hacía algunas temporadas. 

Por su cercanía con Hollywood, el público en este teatro está habituado a ver producciones de estilo cinematográfico, modernas, incluso controvertidas, y ocasionalmente se han importado producciones europeas de Regietheater, pero siempre se había mantenido alejado de la polémica.

En una época en la que la programación de títulos en los teatros esta dictada principalmente por la moda que imponen algunos montajes, en esta ocasión Lucia fue escenificada con la producción vista la temporada anterior en el Metropolitan Opera de Nueva York, firmada por el director Simon Stone. Aquí la acción se sitúa en la actualidad en alguna ciudad estadounidense, mostrando la decadencia vista en las zonas marginales de la llamada Rust belt y, como indica el propio director, su intención es la de mostrar una problemática social, familiar para cualquier espectador contemporáneo. La propuesta consiste en escenografías giratorias en el centro del escenario, que en cada uno de sus lados muestran diferentes ambientes como la casa de Lucia y su hermano, una tienda de licores, una gasolinera, una farmacia, un motel, incluso un autocinema (en el que se transmitía la película en blanco y negro de 1947, My favorite Brunette, con Bob Hope y Dorothy Lamour), autos viejos, pick-ups, cajeros automáticos, mucha iluminación, publicidad y letreros en luz neón, prostitutas, gente en la calle, delincuentes, gente trabajadora y pobre que, en efecto, son imágenes que se pueden ver en cualquier ciudad estadounidense. Es una puesta en escena muy cargada y movida.

Lucia conoce a Edgardo, quien la salva de una violación, y allí comienza la trama, que bien podría parecerse más a una versión actual de West Side Story. Las escenografías fueron ideadas por Lizzie Clachan con vestuarios de Blanca Añón y un buen trabajo de iluminación de James Farncome. Sin embargo, la propuesta aporta poco al desarrollo de la ópera, y de cierta forma la desvirtúa, con innecesaria violencia, uso de drogas, alcohol, malos tratos, que tampoco son ideas nuevas ya vistas en escenarios, Si bien la idea es aportar nuevos conceptos y combinarlos con la música y la trama, aquí no se cumplió ese propósito, y si bien no se busca un mensaje moralizador, tampoco pareció cumplirse el objetivo de entretener. 

Cabe mencionar que, en la parte superior del escenario, se colocó una enorme pantalla en la que, además de transmitir los supertítulos, se veían acercamientos o close-ups de la escena de los cantantes, un distractor adicional. Pero sobre todo los supertítulos en varias escenas fueron adaptados, no para hacer entender el texto cantado, sino de adecuarse a la escena del montaje. Los dos intermedios para el cambio de escenografías, y lo cargadas y gráficas que fueron algunas escenas, ocasionaron que la función se alargara a tres horas y media, y además se diera la deserción de un amplio sector del público. 

La parte musical del espectáculo tuvo también algunos altibajos. La conducción musical de Lina González-Granados, una joven directora colombiana que hizo su debut como nueva concertadora residente de la orquesta, mostró entusiasmo y compenetración con los músicos, de los cuales logró extraer la cadencia y musicalidad de la partitura. Sin embargo, sus cambios de ritmo en los tempi en varios momentos de la función —que tendieron a ser letárgicos y lentos— causaron desfases con los solistas. 

La soprano Liv Redpath, una artista de la casa, formada en el programa de jóvenes cantantes del teatro, y quien actualmente desarrolla una interesante carrera internacional, tuvo su primera aparición como solista. Sus cualidades vocales son indudables para un papel de este calibre, mostrando espesor, una variedad de colores en los registros, brillantes y nítidos agudos. 

Por su parte, el tenor Arturo Chacón-Cruz cantó y actuó con pasión y enjundia al personaje de Edgardo, en tanto que Alexander Birch Elliot, en el papel de Enrico, mostró una voz potente y bien proyectada, pero cuya actuación se inclinó más hacia la sobreactuación impuesta por la dirección escénica. 

Por su parte Eric Owens, se mostró como un timorato Raimondo, a pesar de su voz profunda y amplia. Buen desempeño el de Anthony Ciaramitaro, en el papel de Arturo, y Madeleine Lyon en el de Alisa. El coro se mostró seguro, uniforme, y participativo.

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