Orlando furioso en Ferrara
Abril 5, 2024. Excelente puesta en escena en el Teatro «Claudio Abbado» de Orlando furioso de Antonio Vivaldi en la edición crítica editada por Federico Maria Sardelli y Alessandro Borin. El maestro Sardelli también estuvo en el podio de la talentosa Orquesta Barroca Accademia dello Spirito Santo de Ferrara.
Así que hubo tres actos, tal como Vivaldi lo concibió para su estreno en el Teatro Sant’Angelo de Venecia en el otoño de 1727. Fue también una óptima puesta en escena, más allá de la probada eficacia de Sardelli en la ejecución del repertorio barroco, especialmente por la visionaria dirección escénica de Marco Bellussi, asistido por Fabio Massimo Iaquone (concepción y dirección del video), Matteo Paoletti Franzato (escenas), Elisa Cobello (vestuario) y Marco Cazzola (iluminación).
La visionaria dirección escénica nos transporta al poema de Ludovico Ariosto (o al menos a lo que el libretista Grazio Braccioli utilizó en su época del mencionado poema) donde todo es ciencia ficción: historia, actitudes, tramas, escenas y vestuario, pero sobre todo proyecciones que hacen a uno sumergirse dentro de las imágenes luminosas, los protagonistas que cantan un aria o simulan un «afecto».
Fue algo nunca antes visto —al menos en el Teatro Abbado de Ferrara— que sugiere que las nuevas y muy modernas técnicas escenográficas desarrolladas para este Orlando furioso harán historia, contribuyendo a un relanzamiento de toda la ópera y de sus contenidos. Porque una puesta en escena tan mágica (no nos referimos al contenido sino más bien al contenedor) va más allá de la «provocación» de las direcciones (y escenografías) llamadas modernas y tiene el mérito de reinventar acciones, espacios y lugares que se modernizan —incluso vanguardistas— y esta, sin embargo, sigue siendo fiel al espíritu de la narración del libreto, en lo que respecta al entorno de la historia musicalizada.
Por lo tanto, los personajes se movían «dentro» de palabras o versos tridimensionales; palabras y versos que responden a los términos y lugares del poema de Ariosto, «navegando» sobre el fondo, sobre los telones transparentes del proscenio “embistiendo” a los cantantes en escena. O los mismos personajes moviéndose al borde de un bosque que parece real porque es tridimensional y las ramas y hojas que se agitan con el viento mientras las nubes cruzan el cielo. O, de nuevo, son las estrellas (las galaxias, la luna) las que forman el telón de fondo de la acción, haciendo perceptible lo inimaginable. En definitiva, una suerte de realidad aumentada que tiene el efecto de sorprender, pero también de seducir al espectador. Todo ello en un estilo que hizo de la elegancia y la claridad el principal concepto visual de esta puesta en escena.
El vestuario de Elisa Cobello contribuyó al resultado de claridad y elegancia, principalmente en blanco y negro, o en varios tonos de gris (excepto el de Bradamante, que es rojo vivo, y el de Ruggiero, de rojo manchado) y luego la penumbra dominante en el escenario donde la milagrosa iluminación de Marco Cazzola sobre los personajes nunca interfirió con la luminiscencia de las proyecciones de Fabio Massimo Iaquone. En definitiva, fue una puesta en escena ultramoderna —que no se debe confundir con el término posmoderno— que suscita esperanzas en el retorno de la narración escénica y escenográfica dentro de legítimas pretensiones de coherencia dramatúrgica.
En cuanto a la interpretación musical, en el podio Sardelli dominó la partitura, infundiendo a la orquesta el clímax interpretativo adecuado tanto de la ligereza melancólica como del poder del vigor expresivo con el que Vivaldi relató con las notas los «afectos» implícitos por los versos de Ariosto/Braccioli. Un gran concertación y ejecución estará visible en streaming durante un mes transmitido a través de OperaVision (https://www.youtube.com/watch?v=_bq4FzrIZzY).
Los intérpretes estuvieron todos muy bien preparados. Bellussi tuvo extras, incluidos mimos y al coro actuando. Todos se movieron con una naturalidad y con esa veracidad que es buena para el teatro de ópera, que es precisamente «teatro» y no un «concierto» disfrazado. El efecto fue excelente y el resultado muy atractivo. El director dejó muy claro, en las notas del programa de mano, que el lugar que pensó para este Orlando furioso fue “…un espacio delineado, una dimensión concluida que pertenece al carismático protagonista de la obra. No Orlando, sino Alcina, la hechicera. En su palacio tenían lugar los complejos acontecimientos previstos por el libretista Braccioli a partir del texto de Ariosto y admirablemente expresados por la música de Vivaldi.
“Por tanto, nos encontramos en un edificio con perímetros definidos, pero no ciertos. Es la mistificación de la magia la que los dilata y los deforma… en las escenografías de Franzato las paredes del palacio eran, por tanto, espejos, como el techo del palacio también lo era. De ello se deduce que todo lo que allí sucede en él puede ser la realidad o un reflejo distorsionado de la misma.”
En el papel de Orlando destacó el contratenor Yuriy Mynenko, dotado de una voz no de falsetista que canta con la garganta, sino de una refinada soprano que sabe dosificar el fiato, el apoyo, el canto de pecho y el canto en máscara con óptima entonación, fraseo y dinámica. También estuvieron notables Arianna Vendittelli (Angelica) y Sonia Prina (Alcina), cuyas habilidades como cantantes barrocas y belcantistas están fuera de toda duda.
Óptimo fue el trabajo de Filippo Mineccia (Ruggiero), así como el de Chiara Brunello (Medoro), Loriana Castellano (Bradamente) y de Mauro Borgioni (Astolfo). El Coro de la Accademia dello Spirito Santo, dirigido por Francesco Pinamonti, estuvo bien entrenado y los aplausos también fueron para el bailarín (no mencionado en el programa) como para los figurantes y mimos. El Teatro Abbado prácticamente agotó todas sus entradas y el público aplaudió largamente al final de la función.