Turandot en Buenos Aires
Mayo 22, 2024. La conjunción de elencos que está presentando el Teatro Colón de Turandot de Giacomo Puccini determinó que en esta noche todos los artistas sean diferentes a la noche del estreno del pasado 17 de mayo.
En la función que reseñamos ahora, la dirección musical estuvo a cargo de Beatrice Venezi, joven directora italiana nacida en Lucca, la ciudad natal de Puccini, ya conocida en conciertos en la Argentina (abril de 2019 en Córdoba y en el Teatro Coliseo de Buenos Aires en noviembre de 2021) pero debutante en el Teatro Colón. Su versión fue más refinada que la ya comentada, con contención de los planos sonoros y adecuado balance entre la escena y el foso. No por eso dejaron de destacarse los momentos de grandeza. Sus tiempos fueron ágiles, dejó cantar a los solistas e intentó realzar la orquestación sin exuberancias. La respuesta de la orquesta fue muy buena.
Como protagonista se contó, en esta ocasión, con la artista rusa Anastasia Boldyreva, quien hasta aproximadamente 2022 cantaba únicamente con registro de mezzosoprano y desde esa fecha pasó a interpretar, además, roles de soprano. En enero de este año debutó en el rol de Turandot en el Teatro Bellini de Catania, que repitió en Livorno. La soprano demostró muy buenas condiciones vocales, un registro que conserva el color central de las mezzosopranos, con un agudo razonable y sin estridencias y una voz pequeña para las dimensiones del Colón pero que se escucha sin inconvenientes. Excelente temperamento para encarar a la princesa de hielo y con una estatura y belleza dignas de una princesa.
El tenor venezolano Jorge Puerta fue Calaf, con una voz importante, emisión grata y muy correcta; a la que debería sumar algún refinamiento en el futuro. Marina Silva compuso una muy adecuada Liù, con sensibilidad y eficacia canora. Inobjetable, el Timur de Christian Peregrino, encarado con un registro homogéneo, muy buena emisión y sin trucos.
Se pudo escuchar sin problemas al trío conformado por Sebastián Angulegui, Iván Maier y Sergio Spina, dando vida a Ping, Pang y Pong, respectivamente, con excelente complementación escénica y vocal. El resto del elenco no pasó de la corrección; mientras que el Coro Estable, que prepara Miguel Martínez, cumplió una apreciable faena por su amalgama y bella sonoridad. El coro de niños, en su breve intervención, mostró muy buena preparación y prestación.
En la faz visual no queda más que recordar que se utilizó la idea original y los bocetos escenográficos que creó en 1993 Roberto Oswald con las adaptaciones realizadas por el artista en 2006; que fuera repuesta por última vez en 2019. Todo el planteo fue monumental, con uso de escaleras, rampas, diversos planos y colosales estatuas —que remedan los guerreros de terracota encontrados cerca de Xian— en el costado derecho —según la vista del espectador—, y un gong enorme como abrazado por dragones —que sirvió alternativamente como espejo para reflejar la luna, para que se vea a Turandot en el primer acto, o para que salga de su interior, en el segundo— en el fondo.
Esta grandiosa ambientación se completó con pequeños cambios como, por ejemplo, los paneles en la escena de Ping, Pang y Pong en el segundo acto, el bosque y las farolas del inicio del tercer acto, o el velo para el dúo final que cae ante la nueva presencia del Emperador. La gama de colores de la escenografía se conjugó con el magnífico vestuario de Aníbal Lápiz que fue y es un complemento perfecto de la concepción visual. Una visión o versión que no parece envejecer, bien repuesta por Aníbal Lápiz y eficazmente iluminada por Rubén Conde.