Ernestina Garfias: una soprano en el teatro, el cine y la televisión

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Ernestina Garfias © Cenidim

Una de las carreras más largas, polifacéticas y exitosas de la ópera mexicana es la de la soprano Ernestina Garfias (Ciudad de México, 1927). Es difícil que no se le recuerde, no solo como intérprete operística, sino también como parte del cine nacional y de la televisión mexicana.

Comienza como actriz a los nueve años en los principios de lo que se convertirá en 1940 en la Compañía de Teatro Infantil de Bellas Artes, proyecto liderado por Clementina Otero, con el apoyo de Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia. El compositor Carlos Jiménez Mabarak fue quien descubrió su talento vocal.

Ernestina Garfias comenzó sus estudios de canto siendo adolescente y, sorprendentemente, necesitó únicamente de un año de trabajo al lado del tenor Fidel Martínez, un mexicano que acababa de llegar de Italia y que fue su única guía en cuanto a técnica vocal. En una entrevista que me otorgó en el verano de 2013 en su residencia de Cuernavaca, Morelos, la cantante expuso sus ideas sobre este tema: “Él fue quien me enseñó que no hay maestros de canto. Hay guías. El hecho de que con un método yo haya tenido grandes triunfos no quiere decir que los tenga otra persona. Para la voz hay que hacer una especie de traje a la medida. Mi voz era muy natural y solo había que conducirla”.

Cuando llegó a cantar a Barcelona en 1960, Garfias ya tenía una larga trayectoria en la Ópera Internacional y Nacional de México, en el Teatro Colón de Buenos Aires (donde fue una estrella muy valorada) y en Italia, donde había debutado siete años antes en Pisa, también cantando Gilda, el personaje que más veces cantó en Europa.

Extrañamente, no debutó en México sino en Italia (gracias al apoyo de la familia Garza Sada de Monterrey), donde vivió nueve años, y convivió con otras cantantes mexicanas que hicieron importantes y exitosas carreras, como Belén Amparán (1927-2002) y Oralia Domínguez (1925-2013). Con esta última compartía, además de representante artístico, una profunda amistad llena de anécdotas de apoyo mutuo.

“Cuando debutó en Carmen, Oralia no tenía gracia ninguna para tocar las castañuelas, así que yo, desde la segunda pierna, toqué mientras ella aparentaba que lo hacía, y salió muy bien”, nos cuenta en aquella misma entrevista.

Fue en Italia —al lado de maestros como Alessandro Gabasov, quien trabajó con ella desde el movimiento de un abanico hasta el análisis psicológico de un personaje— donde comenzó la construcción de los roles que la hicieron famosa. Su entrenamiento físico era muy poco usual para la época (por ejemplo, su interpretación de la muñeca la hacía en puntas de ballet y, según sus propias palabras, tardó ocho meses en dominarlo). 

Su consejo para la construcción de la emotividad de los personajes es sorprendente: “Jamás debe uno involucrar sus propios sentimientos al interpretar una ópera, jamás. Si lo haces siempre serás mediocre, porque te paralizas o te ciegas”. Habla de crear un mapa mecánico de las acciones y traslados del personaje sobre el escenario y, con ello ya mecanizado, permitir la libertad de la emotividad. Era una técnica bastante innovadora para la actoralidad de los cantantes de ópera de su momento y muy parecida a lo que en el teatro se conoce como la técnica formal del actor, que tiene sus mejores representantes en el teatro francés y en la concepción de la super marioneta de Gordon Craig.

Uno de los principales problemas para ubicar el trabajo de Garfias en el extranjero fue el hecho de que cambiara su nombre para su debut europeo, momento a partir del cual fue conocida como Tina Garfi tanto en Italia y como casi toda Europa. Si no hubiese sido por la memoria privilegiada de Jaume Tribó, suggeritore del Gran Teatro del Liceo y uno de los mayores expertos en ópera de Barcelona, no se hubiera tenido noticia de su paso por la capital catalana ni por los demás archivos europeos que se han consultado. Según las propias palabras de la soprano, el cambio de nombre obedeció a que estaba cansada de que se equivocaran al escribirlo y pronunciarlo y quiso simplificarlo, aunque fue muy criticada por ello.

En general, las reseñas y críticas encontradas coinciden en que sus coloraturas eran de excelente factura, con agudos extraordinariamente brillantes, una pronunciación cuidada y un fraseo muy depurado, como puede comprobarse en las grabaciones que se encuentran en YouTube. Algunas de las mejores para disfrutar de sus características vocales son el aria de Olympie de Les contes d’Hoffmann de Jacques Offenbach, grabada en México en 1965; el aria del primer acto de La traviata de Giuseppe Verdi, escena que forma parte de la película México de mis recuerdos (de Juan Bustillo Oro, 1963), acompañada por Fernando Soler, Joaquín Cordero y Fernando Soto Mantequilla, entre otros artistas. 

Todo esto es posible porque Ernestina Garfias no fue solo una soprano dentro del escenario, sino, quizá, la última artista de la ópera que formó parte del cine mexicano. La maestra Garfias, como otros cantantes mexicanos de ópera de la primera mitad del siglo XX, fue llamada al cine por Juan Bustillo Oro. Comenzó con una pequeña participación en México Lindo y querido, un año después de su trabajo en el Liceo, pero fue con México de mis recuerdos (1963), al lado de los hermanos Soler y Joaquín Pardavé, cuando adquirió fama popular. Las otras dos películas en las que participó fueron Así amaron nuestros padres (1964) y Los valses venían de Viena y los niños de París (1966). 

Su repertorio siempre fue de soprano ligero. Ella confirma que cantó catorce papeles y nunca se salió de lo que tradicionalmente le correspondía a la soprano coloratura. Es una férrea defensora de la especialización del repertorio para conservar las facultades vocales y asegurar la salud vocal de una carrera. [Los papeles que abordó en la ópera, por orden alfabético, fueron: Adina, Amina, Dinorah, Gilda, Lucia, Manon, Olympie, Oscar, La reina de la noche, Titania, Violeta, más tres de operetta y zarzuela.]

Un detalle curioso es que, en su época, para poder interpretar a Verdi había que pasar una audición especial en la poderosa Editorial Ricordi, quien otorgaba un permiso de interpretación en Italia. Ernestina Garfia presentó la audición junto con otras cantantes italianas, cantando el Mi bemol sobreagudo al final de ‘Caro nome’, lo que por supuesto le valió la autorización cuando tenía veintiún años. No se conocen datos de otra soprano mexicana que haya logrado esto.

Se le considera dentro de las pioneras de la televisión mexicana, tanto por el programa musical en vivo Concierto como por su participación en la telenovela El ruiseñor mexicano, sobre la vida de Ángela Peralta, de la que se conserva muy poco pero que se cuenta como la única telenovela sobre una cantante de ópera en la historia de la televisión mexicana.

Después de haberse retirado como cantante con la zarzuela Marina (a los 50 años de edad y en plenas facultades), debutó como directora de escena en el Palacio de Bellas Artes en 1991 dirigiendo Carmen de Bizet. Como en ese año yo era la coordinadora de producción de ese teatro, puedo dar un testimonio personal: recuerdo perfectamente todos los problemas que enfrentó con la dirección de escena y lo mucho que aprendí de las condiciones de trabajo escénico de esa época en el Palacio de Bellas Artes, que no favorecían ni la creación ni el disfrute del montaje. Aún así, la maestra Garfias dirigió un montaje completo, lleno de problemas, y lo llevó al estreno.

Una voz clara con afinación precisa, emisión pura y coloraturas cristalinas la acompañó durante los casi 40 años que duró su carrera. A pesar de los años, la soprano no deja de asombrarnos con declaraciones como la que me hizo en persona en la entrevista realizada en Cuernavaca: “Yo no quiero que me inventen nada, quiero que se conserve lo que sí hice, sin mentiras y sin exageraciones, sin medallas ni milagros, porque la verdad es que yo canté y canté muy bien”. 

Pero la declaración más representativa de su manera de ser la hizo a la prensa siete años antes: “Tengo 77 años, estoy llena de achaques, pero heme aquí, haciendo ópera. Con bastón, pero si he de morir, que sea de pie”. [Vargas, Ángel: “’No podemos dejar que la ópera muera’, señala Ernestina Garfias”, La jornada, México, 4 de junio de 2006.]

Su archivo se localiza en el Centro de Investigación, Documentación e Información Musical, “Carlos Chávez” del INBAL. Es el primero que se conserva por completo de una soprano mexicana. 

Imagen cedida por el MAE-Centro de Documentación de las Artes Escénicas del Institut del Teatre de Barcelona

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