Mattia Olivieri: “Lo que se ve en el escenario es solo la punta del iceberg”
Febrero 12, 2024. Monterrey. El México Opera Studio, dentro de sus actividades de formación, invitó al barítono Mattia Olivieri para dar clases magistrales a los alumnos del MOS. Luego de la última sesión, el maestro tuvo a bien concedernos esta entrevista en su hotel.
¿Podrías compartirnos tu experiencia sobre tu proceso de aprendizaje en el Centro de Perfeccionamiento de Valencia y cómo éste resultó capital para tu carrera?
Lo que me ha dado Valencia no se puede explicar en palabras, para decir la verdad. Primero la ciudad: me sentí como en casa. La manera de vivir en España es como la manera de vivir en Italia, más o menos. Y entonces, para mí, fue algo espectacular porque fue mi primera experiencia de vivir un año fuera de casa.
Me acuerdo que empezábamos a las 9:00 de la mañana y acabábamos a las 11:00 de la noche, casi todos los días de la semana. Así que fue un año muy intenso. Pero cuando eres joven y tienes las ganas de aprovechar cualquier momento y oportunidad que tienes para formarte, aprender y descubrir cosas nuevas, lo haces.
Cuando somos jóvenes, al final nos lanzamos muy fácilmente a todo. Me acuerdo que la producción de La bohème que hice con el maestro Ricardo Chailly y Davide Livermore fue también muy especial para mí, no solamente porque luego me invitaron a la Scala, sino también porque yo, como artista —y tengo que darle las gracias a Davide Livermore, un director de escena muy importante—, entendí que para interpretar un rol no basta ser superficial. Él me enseñó cómo buscar dentro de mí algo que estaba ahí, pero que yo no sabía cómo sacarlo. Ciertamente nadie nace sabiendo, pero si no sabemos cómo sacarlo, no podemos desarrollarlo.
Necesitamos de alguien en ese sentido. Davide Livermore fue para mí esa persona. Alguien que me impulsó a buscar dentro de mí la verdad del personaje. Por ejemplo, yo tenía miedo durante los ensayos de escena de cantar a voz, así que “marcaba”. Hasta que llegué a un punto donde Davide me dijo: “Ya está, ahora tienes que cantar.” Al final, todos nosotros tenemos nuestros miedos, nuestras dudas, pero muchas veces no sabemos cómo afrontarlas. Y desde entonces empecé a decir: “Ok, ahora me lanzo.”
Antes, cualquier primer ensayo de escena o cualquier ensayo con el coro me daba miedo porque, por supuesto, si estás delante del coro y son todos profesionales, lo primero que un joven piensa (o por lo menos yo así lo pensaba) es que me juzgarían. Porque si yo estoy seguro de mí mismo no debo tener miedo, porque al final todos estamos en el escenario y me van a juzgar cada una de las dos mil, tres mil o cuatro mil personas que están sentadas en las butacas.
Lo que aprendí en ese período fue que debo dar lo máximo que puedo dar en el lugar en el que estoy. Hace doce años yo todavía tenía algunos problemas técnicos, que luego fui resolviendo poco a poco, y pensé más en el hecho de disfrutar y de sacar lo que hago mejor, de dar lo máximo en cada momento.
Además de Davide Livermore, ¿has tenido aprendizaje por parte de compañeros en el escenario?
Tuve la suerte de cantar con muchos grandes artistas en estos últimos 10 años y una en particular: la soprano albanesa Ermonela Jaho. Ella, por ejemplo, trabaja un montón, y para mí es una intérprete estupenda, espectacular. Pone el cien por ciento cada noche que canta La traviata, Butterfly, Liù o cualquier cosa. Yo salgo llorando, pues me emociona siempre.
Cuando hicimos la grabación de Turandot con el maestro Antonio Pappano en Roma, participaron Ermonela, Jonas Kaufmann y Sondra Radvanovsky. En esa ocasión yo canté el Ping y le pregunté: “¿Pero cómo le haces? Un día estás aquí, mañana allá y otro día en otro sitio… cantando y cantando.” Ella me respondió: “Yo pienso en el día a día.” Y supe que era verdad, porque yo igual pienso así. El mañana ya se resolverá. Lo que hago en mi vida hoy es siempre dar lo máximo.
Muchísimas veces, cuando tengo miedo —porque al final todos tenemos miedo de algo: una nota difícil, un agudo, un papel o al público mismo— lo transformo en algo positivo. No hay una función en la que no tenga un poco de miedo en general. Pero si yo no tuviera este miedo, creo que mi aproximación a la ópera sería mucho más pasiva. En este sentido, desde pequeño, el miedo hizo que siempre estuviera concentrado. Y así, el miedo se va después del primer compás.
En términos de creación de un personaje: ¿hay límites entre ese proceso artístico y lo que un director de escena propone?
Para mí no hay límites, sino limitantes físicas. Por ejemplo, si me piden algo físico que molesta mucho el canto: yo qué sé, cantar al revés con las piernas arriba, por ejemplo, lo que hago es intentarlo. No soy uno que le gusta decir “no” antes de haberlo probado. Me gusta, me engancha el hecho de intentarlo, de hacer algo que no es tan fácil físicamente, que me puede costar trabajo.
Me gusta el proceso de búsqueda de los directores de escena, porque muchísimas veces me toca hacer personajes donde tengo que correr como un loco o hacer cosas muy raras en escena. Pero tengo que decir: cuando la idea está bien pensada y tiene sentido, no me quejo de estar corriendo, o el hecho de que me estoy cansando físicamente.
Otra cosa: cuando empiezo a estudiar un papel desde cero, yo no escucho ni una grabación de nadie. No por presumido —porque está muy lejos de mí ser presumido—, sino porque no quiero imitar a otros. Así que hasta que yo no me lo he aprendido todo nota por nota, el ritmo y el texto, nunca voy a escuchar cómo lo han hecho otros, porque quiero tener primero una idea mía de lo que es el personaje.
Claro, puede ser que yo ya he escuchado a muchos Macbeth, aunque yo no he cantado ese rol. Lo he escuchado mucho, pero lo escucho disfrutando de la ópera. Disfruto la música. A mí me encanta también ir al teatro, escuchar a los otros y lo paso muy bien.
En el proceso de estudio me gusta imaginar, porque le doy intenciones a las palabras y a las frases. Elaboro una idea propia. Pero lo que me gusta más es cuando llego al primer ensayo, después de que me he aprendido el rol, y olvido lo que he pensado y soy como una hoja en blanco. Por supuesto que yo sí tengo idea de cómo tiene que ser un personaje, pero nosotros, como artistas, como actores, tenemos también que hacer ver la idea del director de escena, que puede ser una idea completamente diferente a la mía. Pero eso no quiere decir que sea equivocada: es simplemente distinta.
Entonces este proceso de buscar algo que no es parte de mí me da la energía, la fuerza para para siempre encontrar algo nuevo también en los papeles que ya he cantado muchísimas veces. Por ejemplo, he cantado muchísimas veces Marcello, pero no todas Las Bohème son iguales. Es el personaje que, me parece, tiene los pies bien plantados en el suelo, aunque se le va la olla de cuando en cuando; con Musetta, por ejemplo. Pero el amor es otra cosa. Pierde sus cimientos por el amor, se vuelve loco.
Me acuerdo que hice una Bohème donde el director de escena en el tercer acto quería que Mimì se fuera, no la quería allí, y esto era muy lejano a lo que yo pensaba. Pero tengo que decir que luego, cuando leí las críticas, decían que mi caracterización de Marcello en esa Bohème era súper distinta a lo que es lo normal. A mí también me gusta, pues, el hecho que no sea siempre lo mismo. De cada director de escena aprendo siempre algo más.
¿Cuál podrías decir que ha sido tu papel más retador con respecto a la propuesta escénica?
El más difícil, y creo que todavía no he entendido por completo (porque lo he hecho solamente una vez) es Il trovatore. Porque… no sé, tiene algo que todavía no he podido “desbloquear”. Como un armario del que abres un cajón: abres cajones y descubres cosas nuevas. Yo todavía no he abierto todos los cajones. Seguramente hablándolo más con el director con quien lo hice, entendería mejor. Siempre me dijo que, para él, el Conde de Luna no es malo, simplemente es un enamoradizo. Me dijo: “El amor del tenor es un amor en el aire; el tuyo es un amor verdadero. Tú amas de verdad, y harías todo por ella”. Pero todavía ese papel me cuesta un poco.
¿Cómo logras el equilibrio entre la vida profesional y el Mattia después de una función?
Es muy difícil, tengo que decirlo. Seguro. Por cierto, lo que se ve de fuera no es todo lo que está detrás. Freud decía que las personas somos como un iceberg de los que solo se ve la punta. Pues lo que se ve en el escenario es solo la punta del iceberg. Debajo del mar hay una montaña enorme.
Por supuesto, es un trabajo donde hay muchos más sacrificios de lo que se puede pensar. En primer lugar, casi siempre estás solo; si tienes problemas, lo resuelves solo. Algunos tienen a sus padres; yo también los tengo, por suerte, pero están del otro lado del mundo. Sí me podrían ayudar, pero toda la vida he tenido la idea de resolverlos yo solo y eso me ha hecho más fuerte. Pienso que, si me pasa algo, me pasa porque tengo que aprender algo.
El primer año en la Academia de Bolonia yo casi no hacía nada. Cantaba en algunos conciertos, claro, pero estuve un año entero yendo a clases desde la mañana hasta la noche, sin hacer prácticamente nada. Un día me miré al espejo y dije: “Mattia, ¿qué hay que no funciona? Si el otro canta, canta porque él tiene algo que tú en este momento no tienes y te tienes que tragar esta verdad.”
Algunas veces aceptar la verdad es muy difícil. Pero cuando la aceptas, te quitas un peso de encima y eso es muy importante, creo. Por supuesto, desde allí trabajé en mí, fui arreglando todas las cosas que estaban mal. El año siguiente empecé a trabajar todo el año. Porque sí cambié algo y mejoré técnicamente algunas cosas, pero no era solo esto. Aprendí a pensar de una manera más positiva y de buscar en cada problema una solución. Esto me ha ayudado muchísimo, pero he tenido que mirarme al espejo.
¿Tienes alguna afición que disfrutes tanto también?
Viajar. Parece raro porque viajo todo el tiempo, pero lo que más me gusta es sin duda viajar. Porque viajar comporta el hecho de conocer nuevas culturas y nuevas personas. Viajar enriquece la vida. Me encantan los museos. Siempre que tengo tiempo me meto a cualquier tipo de museos. Los impresionistas son de mis favoritos. Ahora en Nueva York vi un montón de cosas que quería ver desde hacía años, y eso me dejó muy feliz.
¿Cómo te sientes hablando español?
Bueno, como podéis percibir, deciros que mi español está bastante bien en ese sentido. Sí, antes lo hablaba mucho mejor. Ahora me faltan algunas palabras porque he olvidado vocabulario. Pero de verdad que lo siento como un idioma mío. El hecho de haber cantado en el Met una ópera en español es como haber cantado una ópera de casa. La verdad es que yo siento el español como si fuera casi mi primer idioma.
Os cuento este chisme: cuando fui a España por primera vez, no hablaba ni una palabra de español. Sabía solamente “Hola, buenos días, buenas tardes, buenas noches”. Pero después de dos meses, ya soñaba en español. Eso quiere decir que hay algo más que el hecho de que alguien sea muy listo para aprender idiomas, porque con el inglés no me pasa igual. El español, y la cultura también es muy cercana a la italiana.
La cultura latina es muy abierta, muy solar, cosa que a mí me encanta porque yo soy así en la vida privada: soy una persona normalmente feliz, siempre sonrío. Me acuerdo que desde que era niño mis profesores siempre decían a mis padres: “Él se ríe todo el tiempo; siempre está sonriendo.” Y es que básicamente soy una persona feliz y busco de serlo porque la vida es una y tenemos que pasarla lo mejor posible, créeme. Sin hacer daño a los otros, y pasándola bien, siendo felices.
Tuvimos la oportunidad de escucharte como Ríolobo en el estreno de Florencia en el Amazonas de Daniel Catán, la primera ópera mexicana, cantada en español, en el Metropolitan Opera. ¿Podrías contarnos cuál fue tu experiencia en esta producción?
Y bueno, yo ya conocía a Ailyn Pérez, así que ya eso era algo mucho más fácil para mí. Canté con ella dos veces La bohème en la Scala y también en Ámsterdam. También hicimos Pagliacci juntos. Yo era Silvio y ella era Nedda, y ya desde esas producciones somos muy amigos.
Cantar en el Met también era un sueño que al final se cumplió, como en su momento fue la Scala y otros grandes teatros del mundo. El Met era el único de los teatros grandes que me faltaba. Aparte, te puedo decir que me gustaría muchísimo trabajar en el Colón de Buenos Aires.
Cuántas grabaciones, cuántos DVD he visto desde el Met. Me acuerdo que, cuando pisé el escenario el primer día, fue mágico.
¿Cuáles consideras que serían los retos para un cantante en formación?
Bueno, en estos días he escuchado voces de jóvenes cantantes mexicanos. Tengo que decir que en esta tierra hay voces muy, muy importantes, de verdad. Hay algunos que se merecen de verdad hacer una carrera, y siempre deben aspirar a algo más.
Yo soy así: vengo de una familia muy trabajadora. Mi padre siempre trabaja, nunca para. Ya está jubilado y sigue trabajando. Mi madre igual. Los dos empezaron a trabajar a los doce años porque venían de familias pobres. Entonces, lo que yo he visto en mis padres, lo veo en mí. La manzana no cae tan lejos del árbol. Yo soy así: busco siempre la perfección. La perfección no existe, pero siempre, en el momento en el que me encuentro tengo, que aspirar a la perfección. Y eso quiero decir a los jóvenes: que no se crean la gran cosa solo porque les ha salido un buen agudo, porque igual, antes del agudo, hubo una frase toda despegada, que no estaba ligada, que cambió de posición, etcétera.
¿Cómo has visto a los cantantes del MOS, siendo tu primera visita en México?
Tengo que decir que son muy abiertos a tratar de entender algo que no sienten. Porque igual han estado trabajando de una cierta manera durante años. Al conversar con los profesores aquí, he comprendido que están totalmente de acuerdo conmigo.
Los jóvenes quieren buscar ya una voz o redonda, grande y tal, pero hacen al revés porque cantan para ellos mismos. Buscan una posición muy baja que igual a ellos les suena fuerte y bien. Estuve haciendo con todos un ejercicio que mi profesor siempre me ponía: hablar y luego, ahí donde hablas, sin respirar, cantar la misma frase… y sale tan fácil. Algunas veces es tan bello ver en sus caras cuando lo logran sin darse cuenta. Yo digo que así tendría que ser. Cantar como se habla. El canto tiene que estar allí donde hablas.
Por último, me gustaría que nos compartieras cuáles son los proyectos que vienen para para ti próximamente.
Ahora tengo otro debut justo después de estas clases magistrales. Voy a cantar en Génova una ópera que rara vez se hace, pero este año la están haciendo dos o tres teatros: Beatrice di Tenda de Vincenzo Bellini. Después de esas funciones me voy a la Scala para cantar Pagliacci y Don Pasquale. Después, en Múnich, cantaré Las bodas de Fígaro. Luego, en Berlín, Don Giovanni otra vez.
Luego me voy a Nápoles para debutar Simon Boccanegra, pero no como Simon, sino como Paolo, pero con uno de mis barítonos favoritos, que es Ludovic Tézier. Estoy súper feliz del hecho de poder trabajar con él y verle y escucharle todos los días en los ensayos. Porque esa es una cosa importantísima: escuchar a los otros; escuchar cómo resuelven los pasajes difíciles. Cada voz es distinta, pero igual siempre hay algo que te pueden enseñar los demás. Y bueno, esto es hasta julio. Luego, vamos a ver…