?? Le nozze di Figaro en Nueva York

[cmsmasters_row data_width=»fullwidth» data_padding_left=»5″ data_padding_right=»5″ data_top_style=»default» data_bot_style=»default» data_color=»default»][cmsmasters_column data_width=»1/1″][cmsmasters_text]

Noviembre 26, 2019. En un alto nivel de calidad, el Met dio por comenzada su serie de representaciones de Le nozze di Figaro previstas para su presente temporada. De entre los aciertos de esta nueva reposición cabe mencionar el debut del director de orquesta italiano Antonello Manacorda, quien desde el foso hizo una lectura donde, por una lado, primaron los tiempos lentos, las largas líneas legato y una bien pulida concertación; y por otro hubo una particular atención por sostener tanto la labor de los cantantes como la de los músicos así como por coordinar del mejor modo el trabajo de ambos.

Susana Phillips (Condesa), Nadine Sierra (Susanna) y Luca Pisaroni (Figaro)

El elenco no presentó fisura alguna. Como el sirviente Figaro, Luca Pisaroni se movió vocalmente a sus anchas en un personaje que le cupo como anillo al dedo y que demostró conocer a la perfección. Particularmente en este repertorio, Pisaroni es donde logra extraer lo mejor de su vocalidad, luciendo un timbre bien esmaltado y siempre homogéneo en toda la tesitura, una excelente musicalidad y una gran variedad de recursos expresivos. De su labor solo resultó objetable una sobreactuación que terminó restando naturalidad a un desempeño general muy loable. Adam Plachetka resultó un muy interesante y siempre medido Conde, parte a la que concibió con una voz robusta, rica en matices, notable fraseo y depurado estilo mozartiano. 

Debutando en la casa, Gaëlle Arquez fue un convincente Cherubino de masculina composición en la escena y de canto correcto, cuidado y con buen dominio técnico. Excelente, Susana Phillips hizo una Condesa memorable, perfectamente en estilo, de línea de canto impoluta y de un refinamiento exquisito. En la escena, se le vio siempre natural y muy desenvuelta. Ya sea por la perfecta administración de medios o por la emoción que imprimió a su canto, sus arias ‘Porgi amor’ y ‘Dove sono’ fueron los momentos de mayor nivel vocal de la representación y los más aplaudidos. 

No se quedó atrás Nadine Sierra, quien delineó una impecable Susanna de carácter nada dócil y de timbre seductor, redondo y brillante. El trío de los “villanos” no pudo ser mejor servido. Elizabeth Bishop desplegó un torrente de voz y tics para dar vida a una muy bien plantada Marcelina, y tanto Brindley Sherratt como Giuseppe Filianoti le sacaron lustre a sus respectivas partes, el primero como un inapelable Doctor Bartolo, y el segundo como un vocalmente lujoso Don Basilio. Como Barbarina, Meigui Zhang demostró ser una cantante a tener en cuenta. El coro de la casa estuvo a la altura, haciendo gala de sólida preparación. 

La producción del director británico Richard Eyre estrenada hace un par de años y cuya acción trasladó la acción a Sevilla en los años 30 del siglo pasado expuso con eficacia los conflictos entre las diferentes clases sociales que constituyen la trama. A favor de su trabajo jugaron la fluidez que obtuvo en la sucesión de escenas y la sólida dirección de solistas a los que brindó personalidades muy concretas y definidas. La escenografía firmada por Rob Howell —y compuesta por un conjunto de torres que a medida que fueron girando presentaron una oscura y laberíntica casa de campo del conde con salones moriscos, pasadizos que se entrecruzan con más salones y más pasadizos— demostró que nada de lo que sucedía en la casa era ajeno a quienes la habitaban. Agregó valor visual el vestuario elegante, cuidado y de gran gusto firmado por la talentosa Sara Erde.

[/cmsmasters_text][/cmsmasters_column][/cmsmasters_row]

Compartir: