Alceste en Roma

Marina Viotti protagonizó Alceste de Gluck, en la Ópera de Roma © Fabrizio Sansoni

Octubre 11, 2022. El Teatro dell’Opera di Roma presentó como penúltimo título de su temporada 2021-2022 la ópera Alceste del compositor Christoph Willibald Gluck, obra poco vista en la capital italiana, ya que al día de hoy solo había sido ofrecida en este escenario durante su estreno local en 1937, en su reposición en 1940, y por última vez, en cinco funciones, en marzo de 1967, con la soprano turca Leyla Gencer en el papel principal.

Esta tragedia en tres actos, basada en la obra Alcestis del dramaturgo griego Eurípides, se escuchó en esta ocasión en su versión de París, cantada en francés, y estrenada en esa ciudad en 1776, que es la versión más conocida cuando se monta la obra en la actualidad, y la revisión realizada por Gluck y el libretista Ranieri de Calzabagi, a la versión original estrenada en italiano en Viena en 1767. Comparando ambas versiones, la de París es de hecho una obra distinta, ya que los personajes no son exactamente los mismos, las escenas están ordenadas de otra manera, y tiene otras modificaciones en la parte musical, como la eliminación de arias da capo, una separación menos clara entre recitativos y arias, y la exclusión de roles para la voz de castrato, por citar algunas. 

A pesar de no ser un repertorio que se escucha con frecuencia en este recinto, y que los músicos de su orquesta no parecen desempeñarse completamente con fluidez, tocando por momentos con cierta rigidez, fue una función musicalmente satisfactoria. Después de haber dirigido aquí hace un par de años Orfeo ed Euridice, y de proponer este título, el joven director Gianluca Capuano, con trayectoria en la música antigua, realizó una detallada y cuidadosa lectura, con tiempos y ritmos adecuados, que supo gestionar para transmitir la energía, el dramatismo, y las partes más conmovedoras de la música. 

El rol principal fue interpretado por la mezzosoprano suiza Marina Viotti, quien posee grata musicalidad y amplio despliegue de colores en su timbre. Se escuchó claridad en su acento y dio un peso justo a la palabra, además de que se le vio escénicamente enfocada e involucrada en su papel. En la parte de Admète, el tenor Juan Francisco Gatell agradó por la calidez de su voz y su emisión de agudos, pero lució poco comunicativo y claro en su emisión del texto cantado. 

En el doble personaje del Gran Sacerdote y Hércules (Grand Prêtre/Hercule) se presentó el bajo Luca Tittoto, quien posee una voz amplia y potente de buenas cualidades, pero que aquí pareció estar poco a gusto con el texto francés, y fuera de estilo. Escénicamente hizo una recreación notable de ambos personajes, confiriéndole autoridad y carácter al primer personaje y la ligereza y heroísmo que requiere el segundo. 

Correctos estuvieron el resto de los intérpretes con sus respectivos personajes como: Pietro Di Bianco, seguro como Apollon/Dieu infernal/Oracle); Patrik Reiter, quien personificó el papel de Evandre; y muy bueno el aporte de los cuatro corifeos: Carolina Varela, Angela Nicoli, Michael Alfonsi y Leo Paul Chariot, y el coro, importante en esta obra, y en el desarrollo de esta función, pues mostró uniformidad y entusiasmo, bajo la dirección del maestro Roberto Gabbiani. 

La parte escénica consistió de una producción traída de la Bayerische Staatsoper de Múnich, del coreógrafo y bailador Sidi Larbi Cherkaoui, al que si bien se le agradece que haya roto con la rigidez y el estatismo que se puede desprender de una tragedia de origen griego como esta, se enfocó más en los pasajes del ballet, agregando diversas coreografías y modernos bailables, creando escenas atractivas. El problema radicó en que a lo largo de la función los bailarines fueron apropiándose del centro de la acción, relegando a los solistas a los lados del escenario, dificultando la actuación y el desarrollo de los personajes. Los pasos coreográficos fueron tan modernos, o más parecido a bailes callejeros, que llegaron a desentonar con la trama. 

El marco escenográfico de Henrik Aver tampoco ofreció mucho: un escenario abstracto, vacío, y con algunas tarimas a los lados del escenario donde se colocaban los solistas mientras que el centro del escenario pertenecía a los bailarines. Los vestuarios, con un aire arábigo pero moderno de Jan-Jan Van Essche, tampoco se vieron atractivos. Solo el buen manejo de la iluminación, a cargo de Michael Bauer, logró crear un ambiente lúgubre, sombrío, más apto al dramatismo y el sacrificio por el que atraviesan los personajes, principalmente Alceste. 

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